jueves, 20 de septiembre de 2012

La insistencia de lo hórrido en el “Soliloquio”de Juan Ojeda


Wilder Caururo Sánchez

"La poesía existe para que la muerte no tenga la última palabra"
Edgar Bayley


Producir en los seres humanos la sensación de desdoblamiento y evanescencia es un verdadero logro que sólo se consigue a partir de la filosofía y, mejor aún, a partir de la Poesía.

Poetizar, resulta entonces, un acto consciente de búsqueda y permanencia del ser. De ése que se escribe a sí mismo con la lucidez y la premura que solo otorgan las palabras. Poetizar la vida es cantar a la vida, aun, en la cercanía de la muerte... Poetizar la vida es re-encantarla desde lo cotidiano... viviendo los valores que importan... es, cada vez, ir re- descubriendo más al otro y a sí mismo.

Heidegger escribió con mucho acierto que el poetizar pensante es en verdad la topología del ser. Y para él, pensar se eslabona necesariamente con el recordar. Por ello, luego afirma con seguridad que el poetizar necesariamente implica recordar que a fin de cuentas no es el pensar mismo, sino lo más próximo a él. Con el término “recuerdo” o “memoria” Heidegger aludía a lo que los griegos denominaban  Mnémosyne” y que representaron como la hija del cielo  y de la tierra desposada con Zeus y madre de las musas. La poesía – lo mismo que el juego, la música y la danza – es hija de la memoria. El recuerdo de lo que ha de pensarse es la fuente originaria de la poesía, porque la poesía es el arroyo que a veces retrocede hasta el manantial, el pensar como recuerdo. Así pues, para Heidegger  el poetizar es un radical fundar. Y ¿qué fundan los poetas? El ser, por tanto el mundo, las cosas, Dios…el fundar implica abrir el Ser,  hacer que el mundo llegue a existir, causar el nacimiento de los dioses. De esa manera entendemos, a la luz dada por Heidegger, que toda auténtica filosofía es a la vez pensante y poética.

Y ese fue el camino que eligió Juan Ojeda (Chimbote, 1944- Lima.1984) para dejar su huella en la memoria de los hombres. Eligió el poetizar pensante hacia una mejor comprensión de la esfera existencial, que tan cara nos es a los mortales y de la cual muy difícilmente podemos evadirnos, sino es por la creación de mundos alternos cargados de un profundo sentimiento fantástico. Hoy evocaremos a Ojeda y repasaremos esa lucidez metafísica a través de un poema suyo “Soliloquio”, publicado en 1972 en la colección de poemas Eleusis. La elección de este poema se debe a la necesidad de encontrar la filiación entre idea y poesía, exigencia omnipresente en lo escrito por Heidegger.
Para realizar un buen análisis del poema, procederemos a presentar el texto íntegro:

Soliloquio

Para el que ha contemplado la duración de lo real es horrenda fábula.
Sólo los desesperados, esos que soportan una implacable soledad horadando las cosas,
Podrían develar nuestra torpe carencia,
la vana sobriedad del espíritu cuando nos asalta el temor de un mundo ajeno a los sentidos.
¿Qué esperarías, agotado de ti o una estéril música, cuyo resplandor al abismarse te anodaría? Pero tú yaces oculto o simulas alejarte De lo que, en verdad, es tu único misterio: en la innoble morada de la realidad nutres un sentido más hondo, del que ya ha cesado todo vestigio humano. Y destruyes el reino de lo innombrable, que en ti mismo habita.
¿Qué esperarías? ¿Sólo madurar, descendiendo, en una materia más huraña que el polvo?
Nada hay en los dominios frescos del sueño o la vigilia.
Así he considerado con indiferencia mi vida
y debemos marcharnos.

Leído el poema, podemos trazar una ruta de análisis que nos permita discernir el entramado ontológico sobre el que se ha edificado.
“SOLILOQUIO” desde el título del poema se inscribe el sentido original del autor de hablarse a sí mismo y de sí mismo. Ese mirarse tan cercano lo pondrá frente a frente con sus pensamientos.  Solo, amparado y crecido por su mente  busca disgregar las aristas más sensibles del ser. El Soliloquio no es solo una postura, es un acto propicio del poetizar pensante. Pues, como ya hemos anunciado, poesía y pensar no están disociados, son dos líneas paralelas que en algún punto del infinito se interceptan y donde su mayor cercanía produce en fidelidad el surgimiento de su más pura esencia.

Para el que ha contemplado la duración /  lo real es horrenda fábula”.

En estos versos, sintetiza, el sujeto lírico, el pensamiento que lo acomete desde el momento que la contemplación se convierte en la línea de partida de toda locura y todo acierto. Elabora una sentencia con una especie de pesimismo óntico. Lo cruel que es la realidad que se recibe como una imposición a los sentidos y la certeza de verse consumido en el tiempo como fuego de muchas hogueras. La  fábula (la terrible historia humana) se rechaza por su horridez por la detestable manera que tiene de dañarnos; y el tiempo, si podemos concebirlo, es solo una forma de desintegrar al ser mismo en la nada. La duración aludida es permanente, es un canto que febrilmente corrompe nuestra necesidad, a veces ciega y visionaria, de vivir en el intento de morir menos cada día. Todo ya ha sido dicho ¿qué queda sino esperar el que hoy pase a ser ayer? He ahí el verdadero horror de la existencia ya no solo hecho a partir de palabras, sino de sensaciones cada vez más y más reales.

“...Sólo los desesperados,/ esos que soportan una implacable soledad/horadando las cosas, podrían/develar nuestra torpe carencia,/ la vana sobriedad del espíritu/cuando nos asalta el temor/de un mundo ajeno a los sentidos”.

Los desesperados, cuya convicción se anuncia aquí, son los que con  constancia luchan contra la implacable soledad de vivir,  para habitar en el plano de las esencias trascendentales. Son los que no se conforman con las mismas respuestas. Los que van más allá de toda duda y verdad. Aquéllos que saben de antemano que no hay sobriedad que se resista, si en cambio ha de soportarse el temor de un mundo ajeno a los sentidos en el cual, iluminados, todos, debiéramos aspirar habitar. Solo el horadar las cosas en la necesidad cuántica de hallarle entrañas a todo lo existente nos alienta con convicciones profundas; pues entonces entendemos que la luz lo dice todo y el espíritu es a la vez ciego y sabio en la lírica eufonía de la sobria ebriedad. Y es ahí cuando lo bello se torna terrible, como lo dijera Rilke, alguna vez,  todo ángel es terrible, porque si la belleza no sirve para darnos de golpes y despertarnos entonces nada ha de importar en la vida.
Será por eso que, la obra de arte  ya no sólo ha de ser considerada un objeto a la mano, sino  también y, sobre todo,  fuente de verdad; siendo irreductible al mundo, no como mero instrumento. La atención que se le tiene es por ella misma y no como función o mecanismo. Tiene su propio mundo, que ella misma abre y funda.
La obra es apertura de la verdad, aun en un sentido más profundo y radical: no sólo abre e ilumina un mundo,... sino que además, al abrir e iluminar, hace que se haga presente ese otro aspecto constitutivo de toda apertura de la verdad que la metafísica olvida,... En la obra de arte está realizada la verdad no sólo como revelación y apertura, sino también como oscuridad y ocultamiento. Y por ello, los que han desesperado podrán, en armonía con su búsqueda, entender la imperceptible tramoya que a la vez anonada y cautiva

Qué esperarías, agotado de ti/ o una estéril música,/cuyo resplandor al abismarse te anonadaría”.

Así, se impone un reto para el que osa enfrentar la verdad es una lucha cruel y subjetiva. En  ella, toda melodía y resplandor conduce al equívoco en una ambigüedad que  nos sorprende y extravía. Pues todos los mortales estamos llamados al error desde que nacemos. Cualquier síntoma en la realidad  que nos permita comprendernos nos conduce a la rabia más irredenta que existe, y de la cual no podemos salir. Será por eso que toda condena, al final, es dulce y centuplicada de laboriosidad metafísica.

“Pero tú yaces oculto o simulas alejarte/de lo que, en verdad, es tu único misterio:/en la innoble morada de la realidad/nutres un sentido más hondo,/ del que ya ha cesado todo vestigio humano”.

Ocultarse en la propia magnitud de nuestra existencia diminuta sin la posibilidad de alejarse de veras, asumiendo verdades y misterios propios al hombre. La innoble morada de la realidad...ésa que con su gesto y canto corrompe la hondura y la verdad y en la cual el humano se halla inmerso sin poder huir, sin siquiera poder enunciarse con lírica profundidad. Y ese reino de lo hórrido existe. En el obtenemos las heridas que nos causan angustia, y en el que descubrimos que pensar y poetizar hasta la inmanencia más profunda nos otorgará, algún día, un paliativo existencial. En ese reino, que padecemos como nuestro y al que nunca conoceremos en su totalidad; concebimos posibles respuestas que jamás terminarán por satisfacernos por completo .Pues, al final de cuentas, la persona no es una cosa, una sustancia, un objeto. Con ello  quiero subrayar lo mismo que señala Husserl cuando postula para la unidad de la persona una constitución esencialmente distinta que para las cosas naturales. A la esencia de la persona pertenece el poder solamente existir realizando actos intencionales... El ser psíquico no tiene, pues, nada que ver con el ser de la persona. Los actos se realizan, la persona es un realizador de actos. Y esos actos, a fin de cuentas, lo justifican y condenan a la vez con su golpe súbito y su dolor más pleno.

 Y destruyes / el reino de lo innombrable , que en ti mismo habita”

Porque nada hay  que perder si de antemano sabemos que lo hemos perdido todo, si sabemos que no hay forma de huir de esta muerte y solo nos resta poetizar la vida hasta hacerla más suprema, incluso en este mundo de asco y protervia absoluta. En ese sentido el hombre ha producido para sí el crecimiento ontológico más grande la Poesía en un soliloquio del que solo disfrutan la armonía de lo bello entre las manos y los ojos. Ha logrado apropiarse de  una ínsula tan extrañísima  que la permitido ser Dios y hombre ante un espejo. Un Dios de carne y hueso que se avergüenza de sí mismo.

“¿Qué esperarías? ¿Solo madurar, descendiendo, en una materia más huraña que el polvo?”

Y ante la horrible evidencia , de saber que vivimos para terminar siendo parte de la nada, si existe tal cosa, entonces qué queda sino interrogar con impertinencia y olvidarlo todo u obligarnos a resistir esa posibilidad que produce la náusea más grave en el hombre. Las preguntas nos llevan a doblegarnos y escribir con nuestros puños ardientes que todavía existe algo para resistir: el arte. Pues nada puede hacer la filosofía para el descubrimiento del ser, de la verdad; ahora toca al arte sacar a flote la verdad, le toca a la poesía desvelar lo que el ser es. La poesía es Epifanía del Ser; esto es, lo que asegura Heidegger.

 Nada hay en los dominios frescos / del sueño o la vigilia”

Todo ha quedado vacío, toda posibilidad de encontrarnos satisfechos ni se logra dormido ni despierto. La insistencia de lo hórrido es constante y no hay lugar para ocultarse y no hay forma de evitar que el temor , o siquiera la duda, se apodere de nosotros, ya que eso implicaría alguna forma de plenitud cotidiana, algo que no se nos es permitido desde el momento que ha fracasado todo y nuestras manos no pueden sujetar el aire...

                        “Así/ he considerado con indiferencia mi vida,/ y ya debemos marcharnos”

Así pues, la conclusión del poema nos lleva  a la verdad. Asumamos con indiferencia que lo hórrido está ahí hagámosle frente con nuestras propias armas, resistamos hasta que no nos quede nada más por hacer y sigamos la marcha de la existencia. Así, mientras nos ahoguemos todavía encontraremos algún bote de salvación para nosotros. Pues, ante la horrible verdad,  lo que nos queda es vivir; vivir tan intensamente una idea hasta ser puros, como tal vez Ojeda quiso serlo algún día. Hagamos como él, no cerremos los ojos jamás ante esa terrible realidad, asumamos que nunca podremos definir lo que al ser le acontece sin razones ni seguridades, pues si de algo tenemos la certeza es que no hay respuestas para las incontables dudas que nos acometen desde que nacemos hasta que encontramos el morir. Porque solo muriendo cada día encontraremos razones para seguir la marcha de la existencia. Hagámosle frente a lo hórrido, con nuestra impaciencia lúdica y nuestra furia apocalíptica. No habrá Dios entonces que nos resista.
Y para concluir terminaremos con una cita trepidante del maestro Wittgenstein

"De lo que no se puede hablar lo mejor es callarse".


Fuentes de consulta

García Bacca, Juan David: nueve grandes filósofos contemporáneos y sus temas, caracas, publicaciones del Ministerio de Educación Nacional, España
Heidegger,M. ,¿Qué significa pensar?Ed.Nova,2ª.ed.,Buenos Aires,1964.
Ojeda , Juan  Eleusis. Gárgola 2 Colec.de poesía . Lima . 1972
Málaga , Raymundo; Hacia el análisis liberto de la elevación lírica, Editorial Norma, Barcelona ,1999.


sábado, 15 de septiembre de 2012

Dante Lecca: un cráter bueno y trashumante


                       Ángel Lavalle Dios 


I

La década del ’50 es clave en la historia laboral pesquera de la costa peruana y, más precisamente, de Chimbote. En 1952, empieza el éxodo de los pescadores del norte a causa de la escasez de los cardúmenes de pez espada y atún, cuya caza los había concentrado en Máncora y anexos por más de un lustro; los pescadores llegan a Chimbote y anexos en una época en que se iniciaba aquí, también, la actividad siderúrgica. La naturaleza, con sus caprichos estacionales, concentraba, ahora, en esta zona, sus recursos, a los que debe agregarse la anchoveta, atrayendo desde entonces oleadas sucesivas de gente migrante que, procedente mayoritariamente de las sierras de la Libertad y Ancash, empieza a poblar Chimbote; conformando desde ese momento un núcleo humano nuevo y particular, constituido por las familias migrantes que se han acercado a estas costas con los más importante de sus pertenencias materiales y todos sus valores y herencias culturales; el seno de estas familias se enriquece e incrementa con la llegada de nuevos hijos, nacidos ya en Chimbote, los cuales crecen alimentados con una doble influencia cultural: la de los padres, en el hogar, desarraigados de sus lares primigenios, y la de Chimbote, borrosa aún y pugnaz en sus manifestaciones productivas, laborales y gremiales con  las que hierven sus calles fraguando los nuevos ánimos que, ahora, son producto y posibilidad.
            Dante Lecca Lozano nació en Chimbote el 24 de abril de 1957, en el hogar de Roberto Lecca Carbonell y Bertha Lozano Vidal, procedentes de Huaylillas, provincia de Pataz, departamento de La Libertad, donde estuvieron dedicados a la minería, pero al arribar a Chimbote se dedican a la construcción civil en la época en que se construía la siderúrgica. La experiencia vital de Dante Lecca discurre bajo la doble influencia que dejamos anotada líneas arriba, en una peculiar confluencia y mestizaje culturales que acentúan los rasgos urbano-costeros sobre los andino-ancestrales, individualizándolo en su personalidad como un auténtico y genuino porteño, desapegado de la tierra y siempre listo para zarpar; por ello, no es casual que en Del cráter al pie de mi cama, su tercer libro de poemas, se autodefina:

“En esta mitología cotidiana:
ando por el puerto
ninguna institución –forma abstracta del ser–
ha podido contenerme en su seno.
Acaso ahí radique mi desinterés por todo
pero la tierra, la tierra y el cielo
la luz y las profundas aguas
me educaron errante y benévolo”.

Autodefinición que, a mi entender, alcanza también a sus progenitores y a todos sus antecesores y sucesores, congéneres que, acatando el mandato de su naturaleza, caminan tras los rastros de la naturaleza, para comulgar el sustento con los sueños de realización, en una trashumancia permanente cargada de bienes y recuerdos, cual verdadero éxodo (y no exilio); autodefinición que, asimismo, nos provee la pauta para explicar y entender el trajinar y el producto intelectual y literario de Dante Lecca Lozano, en su vocación soñadora y evocatriz.

II
Las manos del hallazgo

Apretón de manos y otros poemas es el sexto libro de versos de Dante Lecca Lozano; en él, reúne treinta y dos poemas agrupados en cinco secciones que nos posibilitan un recorrido, el del poeta, por los recuerdos y en la contemplación del entorno, a manera de la porteña ciudad en la que, previamente, nos instala para que lo escuchemos, lo sintamos, nos hagamos carne de él y conozcamos quién es el humano que, delante de nosotros, deviene, replegándose sobre sí para confesársenos, refluyente océano proceloso y transparente, en la historia de su periplo nacional que al parecer no por casualidad cíñese a un cielo que, en el libro, empieza con el corazón palpitante del sétimo poema y, cierra en el cementerio, “Sin lágrimas en el entierro de sus muertos”, su poema final; final que en la dialéctica del texto traduce la espontánea y natural dialéctica del poeta, traslúcida y culminante en su poema “Conversando con el pasado” que es, en verdad, el anuncio feliz del reencuentro consigo mismo, el encuentro y la recuperación de la libertad de un hombre, Dante Lecca Lozano, que, ahora, después de tantas cosas, de tantas olas agitadas, ya no es el mismo de antes y, por eso, dice lo que piensa y siente, sin temores; o debe empezar a decirlo, olvidando lo aprendido para aprender de nuevo, para estar con la oportuna sentencia del maestro de Pájinas libres, en un renovado intento y esfuerzo en la búsqueda indesmayable de lo nuestro.
            La búsqueda incesante de la propia identidad singulariza el trabajo de Dante Lecca Lozano, precoz y corajudo desde los dieciséis años en que publicó su primer libro Adolescere (1973) en la efervescencia de un ambiente conmocionado política y socialmente por la “revolución” de Juan Velasco Alvarado, por la que el poeta se sintió cautivado y atraído, al punto de haber abandonado sus estudios secundarios en 1974, arrastrándolo en el torbellino de su dinámica para definirlo en su temperamento de hombre hecho para la acción e iniciándolo en una práctica política comprometida con los que nada tienen, con el proletariado, por la que deviene militante marxista, forjando así su escalpelo ideológico; este compromiso, no obstante todas las vicisitudes personales del poeta, no ha muerto y es ratificado en el poema “Apretón de manos”, que da el nombre al libro:

“Confieso no recordar nada más reconfortante y hermoso
que un apretón de manos de dos personas
que no tienen nada”

De ellos empezó a nutrirse su emoción, y su estro recrea y se recrea cantándoles, convencido –y hasta enfervorizado porque materializan un futuro que provee y mantiene el optimismo del hombre y del poeta. En esto afirma su existencia, cubriendo más o menos una década desde 1975, cuando enroló en la Juventud Revolucionaria del Perú (JRP), de inspiración velasquista, hasta 1984, que adscribe al Partido Unificado Mariateguista (PUM) luego de un tránsito político por Patria Roja y el Partido Comunista Revolucionario (PCR), y haber vivido los fugaces instantes de la unificación electoral de la izquierda peruana (1980) con la experiencia ARI; de todo este trajinar se libera –no aseguramos si definitivamente– en 1989 que rompió con el Partido Mariateguista Revolucionario (PMR), luego de un breve intervalo entre 1985 y 1986, que aprovechó para culminar sus estudios secundarios en el Programa No escolarizado de la Escuela N° 314 de Chimbote. Los menesteres y apremios del poeta, en todo este largo período de su vida se condensan en tres de sus libros: El cedro de cemento (1981), Del cráter al pie de mi cama (1984) y Diálogo con un orfebre (1987); a estos, se agregan: Dientes de castor (1989) y Apretón de manos…, que nos ocupa y que, a mi entender, señalan el puente y la ruptura, respectivamente, en un tránsito difícil pero necesario, anhelado y realizado por el poeta en el obligado e ineludible camino de la autoidentificación, de la búsqueda de la propia razón de ser y del destino que nos toca, eternas cuestiones del hombre a las que –según las evidencias– el poeta no ha encontrado una respuesta satisfactoria en todo lo que va de su trajinar. De aquí, las connotaciones humanas y literarias de Apretón de manos… y las características de todo el trabajo literario anterior de Dante Lecca Lozano, expresión de sus íntimas preocupaciones personales éticas y humanas, que se ven invadidas intermitentemente por la hesitación, la nostalgia evocatriz que recala en el hogar y la niñez, los sentimientos de soledad, desaliento, vaciedad, sinsentido y hastío, presentes ya en Del cráter…, más acá del boom chimbotano, y recriminantes en Diálogo…, con su “Antioda a la prosperidad” y su “Dios de metal”.
Y es que Dante Lecca Lozano, en su situación y destino personales, expresa la situación y el destino de Chimbote, que es la situación y el destino del Perú y del hombre. Chimbote, dadas la juventud y complejidad de su vida social, económica y productiva, no encuentra aún –y no lo logrará pronto– su propio destino, porque no ha definido aún los nítidos perfiles de su propia personalidad; es decir, de su identidad, en el bullente mar de la diversidad de sus vertientes confortantes; es esta falta de identidad que Dante Lecca Lozano, queriéndolo o no, expresa no solo en su temperamento y su producto literario, sino fundamentalmente en sus carencias, que son las del individuo y del grupo, y de las que él, por momentos, desespera, obligándolo a inquirir y buscar. Frente al problema de la identidad, Dante Lecca es una interrogante que revela la tonificante y estimulante contextura ética del poeta, empujado a la búsqueda, pero con nervio creador, y predominantemente optimista; es el hombre que hace, no es; sale, no contempla ni presiente; vive la vida, ve coge, siente, se conmueve, no rebusca; de allí el tono predominantemente prosaico –panfletario e inflamante a ratos– de su discurso, la naturaleza de su mensaje asimilable sin dificultad y un insinuado e insinuante humor acre y raspante que se respira recriminatorio contra todo lo que confina al hombre. En estas connotaciones que señalamos, Dante Lecca Lozano es un caso particular en los pagos intelectuales de Chimbote –y del Grupo Literario Isla Blanca– comparable en mismo trayecto a Óscar Colchado Lucio y a Julio Bernabé Orbegozo Ríos que, en otro nivel de la expresión literaria y por otras causales, se erigen ya como una respuesta que habla por las raíces tradicionales, míticas, legendarias e histórico-andinas, o humanas respectivamente; que en todo caso, justifican y explican la búsqueda de Dante Lecca Lozano que seguirá siendo tal en tanto no se definan, en su identidad y en su destino, los borrosos perfiles del entorno humano del que ya forma parte, y en cuyo propósito ya dio, en Apretón de manos…, el primer paso importante que es la identificación del propio yo, en un alto en el camino que debe servir para superar las coyunturales y precarias estancias del escepticismo individualista y continuar por los exigentes pero gratificantes caminos del género que nada tiene –y sin el que nadie somos– pero que todo lo da cuando nos tiende sus manos.

*Publicado inicialmente en: Bellamar. Revista de cultura. Año III. N° 7. Chimbote,  abril 1992


lunes, 3 de septiembre de 2012

A la sombra de todos los espejos: una visión itinerante de la pluma en el espejo


Ricardo Cotrina Cerdán


A la sombra de todos los espejos, de Ricardo Ayllón, constituye una antología cuya selección poética traduce las inquietudes estilísticas y temáticas por las que el autor ha transitado con éxito desde Almacén de invierno.

La poesía chimbotana y de la Región Chavín se han enriquecido con aportes que  Ricardo Ayllón ha introducido a través de sus obras poéticas.

Desde Almacén de invierno, que incorpora una visión desgarrada y exabrupta de emociones que no solo aborda una situación existencial compleja sino también una concepción fatalista y encarnada sobre el amor y la sexualidad; su estilo cosmopolita le permite aprovechar técnicas de estructuración de metáforas, metonimias y las imágenes en las que se encripta y explota hasta la saciedad. Tal vez sea este hecho el que lo fulmina en el ocaso de una ciudad que no percibe el reflejo de una luz que pugna entre el espejo y las sombras.

Si en Almacén de invierno (primera parte del libro) la prosa poética contiene un ritmo interior que transa con la atmósfera emocional que traducen sus palabras, en Des/Nudos. Para cinco dibujos de Víctor Barrionuevo sus palabras transan con las imágenes creadas por Barrionuevo para connotar un tiempo y una circunstancia que refleja con sencillez el rostro maquillado de la vida, el dolor, la angustia, el placer y el festín.

En el acápite A la sombra de todos los espejos, Ricardo Ayllón vuelve a la prosa poética, manteniendo tres constante inevitables de su estilo: la deconstrucción de las imágenes poéticas: “Lejanos los ladridos, el viento –desde esta ventana que me deja penetrar como saliva, como respiro tragándose mi nombre sin imagen concebida– dejarás que descienda donde ti ataviado de hojas verdes, ardiendo, dispuesto a guarecerme de la violencia solapada con que las horas intentarán espolvorear mi figura de barro anónimo y breve”. (“Para que me llames de una sola forma”); su abstraccionismo: “para que la ciudad –lejana como tu corazón de plumas y partidas– jamás conozca los resquicios de tu alma ni la vaciedad de tus esquirlas” (“Si quieres hundirte en un relámpago”); y la sustantividad del tema sexual bajo la sombra: “Todos oyen,/ cercenan parte de mi aliento y repiten,/ Gabriela,/ que el río puede ser la libertad / o la historia de tu cuerpo.// Y no niego que sería memoria de tu piel,/ un latido gimiendo invierno arriba,/ el espíritu de un campo aprendido entre las sombras” (“A la sombra de todos los espejos”).

En  la antología poética A la sombra de todos los espejos no encuentro una poesía de los bordes, ni enmarcada en la otra ribera, como ha señalado Antonio Sarmiento; percibo una reasunción de las variables más significativas de la vanguardia clásica y contemporánea. Percibo una tendencia impresionista, muchas veces se torna expresionista; cuando distorsiona las formas y produce constructos poéticos denoto un sesgo fauvista; algunas expresiones como “dulce baba de tu dimensión mamífera” que rompen esquemas de una perspectiva romántica de la poesía tradicional, me inclinan a percibir un halo de vorticismo; asimismo, encuentro un tono y  estructuras surrealistas en el poema “Tras los muros del desvarío”, en este mismo poema se encuentra una actitud creacionista.

Los temas de la vida moderna que Ricardo Ayllón aborda en esta obra expresa la tensión, la angustia existencial y social del hombre. No arriba hacia extremos políticos, ni ideológicos o estéticos de la posmodernidad, por lo menos en el ciclo de producción poética que se cierra en esta antología. En la recursividad icónica que aprovecha Ricardo Ayllón en Des/Nudos. Para cinco dibujos de Víctor Barrionuevo solo existe una relación externa que parte de un pretexto icónico a un texto poético y a partir del cual se produce una intertextualidad objetivable solo en el proceso de cognición lectoral. Este hecho de intermixión dibujo/poesía constituye un tímido acercamiento a las últimas tendencias del vanguardismo contemporáneo que explora con audacia el uso de la historieta, el collage y otros productos-basura de la actual cultura que incluye formas del lenguaje.

* Publicado originalmente en: Puerto de Oro. Investigación & creación. Año I. N° 3. Chimbote, setiembre 2003

"Desatendida Poesía"


Ricardo Ayllón

La poesía está maldita. Paseo por librerías, estanterías de editoriales y ferias de libros, y cada día se acentúa en mí la certeza de que en lo que menos interés tiene el lector promedio en el Perú, es en adquirir libros de poesía. Hago una miniencuesta entre amigos lectores preguntándoles la razón, y las respuestas son casi las mismas: “Es que la poesía cada vez se entiende menos”, me dice un profesor de secundaria; “¡A la poesía le falta acción!”, responde un estudiante universitario casi instintivamente; “La poesía es para escribirla, no para leerla”, intenta ser esclarecedor un escritor amigo.

Lo cierto es que los poemarios se aburren más de la cuenta en los anaqueles y, por lo tanto, los editores se han vuelto renuentes a darles la misma oportunidad que a los textos de narrativa. Si usted tiene listo un volumen de poemas y recurre a una editorial peruana para que ésta apueste por sus versos, se enfrentará al terrible muro de las dificultades. La respuesta del editor será más o menos así: “La poesía no vende, amigo; si desea editar esos poemas tendrá que financiar usted mismo el libro”. Y es que es la verdad, a no ser que el editor ponga un poemario a un precio casi de regalo y el contenido temático sea muy pero muy atractivo (poesía de amor, generalmente), ese editor apenas venderá ejemplares para recuperar lo invertido.

Una alternativa ante esto, es que el autor haya ganado recientemente un premio literario; premio que, sin embargo, sea lo suficientemente mediatizado y difundido como para que el editor se arriesgue a impulsar un tiraje mínimo. La otra alternativa es continuar editando ‘vieja poesía’, léase: a los muertos, a los consagrados o a los clásicos.

¿Qué ha ocurrido entonces con la poesía? ¿El lector del siglo XXI es menos sensible que antes?, ¿ha llegado el momento de comenzar a cavar una tumba para la poesía?

Proyectémonos a partir de mi miniencuesta. Me parece que las dos primeras respuestas: “Es que la poesía cada vez se entiende menos” y “¡A la poesía le falta acción!” van casi de la mano. Se trata de una situación que puede proyectarse con las siguientes interrogantes: ¿Quiere decir que, en el ánimo de mostrarse modernos e innovadores, los poetas escriben cada vez más enrevesado y, sin proponérselo, han espantado al lector común? ¿O es al revés, es decir, es el lector quien se interesa cada vez menos en renovar sus inquietudes temáticas y estilísticas y, en este sentido, no otorga un espacio en su biblioteca personal a nuevas propuestas estéticas?

Veamos: las personas que me dieron estas respuestas fueron un docente de Comunicación Integral de secundaria y un estudiante de Lengua y Literatura, respectivamente. El primero, en la institución educativa donde labora, es nada menos que coordinador del Plan Lector; y el segundo, ya cursa el último ciclo, próximo a obtener su título profesional. Si dos profesionales que se constituyen, sin duda, en orientadores de lectura en sus comunidades estudiantiles, tienen este concepto de la poesía, creo que ésta está perdida. Pues en el colegio del profesor de Comunicación Integral quizá ninguno de los libros con los que trabaje en Plan Lector, sea un texto lírico; y, en el caso del estudiante, a la hora de desarrollar ejercicios de gramática entre sus alumnos pasará sobre la poesía, u, obligado por el plan curricular, tocará solo a los clásicos y modernistas establecidos generalmente en los materiales de enseñanza.

Por otra parte, la tercera respuesta: “La poesía es para escribirla, no para leerla”, lanzada por mi amigo escritor, puede arrojar también ciertas luces. Lo que él trata de decir es que en nuestro país casi todo el mundo (la mayoría en secreto) se lanza a poetizar pues resulta un ejercicio de espontaneidad; es cuestión de que la persona se sienta conmocionada por alguna situación (amorosa, existencial, social, etc.) para que, de manera casi intuitiva, intente esbozar unos versos; a partir de ello, más de uno sentirá que es un ‘poeta de verdad’ y, con los años, se adjudicará (al menos íntimamente) el rótulo de poeta. Pero la hechura narrativa resulta menos espontánea, pues si bien el ejercicio de ésta puede comenzar también como un impulso, conforme el escritor avance descubrirá que su logro es producto de un oficio a largo plazo, con mucho de paciencia y tiempo libre, y, en este sentido, la mayoría abandonará el barco.

Ahora bien, desde el punto de vista del lector, está aquel ingrediente de nuestra mera constitución narrativa. Me refiero a que el ser humano es una especie que en todo momento está detrás de una buena narración: la televisión, las noticias, los amigos, las reuniones familiares, los chismes, los chistes de sobremesa, son siempre encuentros con la narrativa (oral, por supuesto); y de allí, a pasar a la narración escrita, hay un solo paso. ¿Que la poesía es también una narración de sentimientos? Pues sí, pero según la versión de los actuales lectores, cada vez más difícil de entender y con ausencia de ‘acción’, palabra clave que puede interpretarse como ‘hecho’, ‘suceso’, ‘acontecimiento, es decir, directamente relacionada con la narrativa y no con la poesía.

La conclusión de todo esto es que la poesía es cada vez más desatendida por los lectores, y si este descuido comienza a establecerse en las preferencias de docentes y orientadores de lectura, la pobre necesitará una suerte de relanzamiento. ¿En quién recaerá la responsabilidad?: ¿en el ejercicio de los propios creadores?, ¿en las preferencias de los nuevos lectores?, ¿en el sistema educativo que no ha profundizado en la diversificación lectora? La respuesta, imagino, la debemos hallar, en conjunto, en una mesa concertadora, “desayunados todos al borde de una mañana eterna”.

Fuente: Blogs de Rodolfo Ybarra: Aquí