I
La década del ’50 es clave en la
historia laboral pesquera de la costa peruana y, más precisamente, de Chimbote.
En 1952, empieza el éxodo de los pescadores del norte a causa de la escasez de
los cardúmenes de pez espada y atún, cuya caza los había concentrado en Máncora
y anexos por más de un lustro; los pescadores llegan a Chimbote y anexos en una
época en que se iniciaba aquí, también, la actividad siderúrgica. La
naturaleza, con sus caprichos estacionales, concentraba, ahora, en esta zona,
sus recursos, a los que debe agregarse la anchoveta, atrayendo desde entonces
oleadas sucesivas de gente migrante que, procedente mayoritariamente de las
sierras de la Libertad
y Ancash, empieza a poblar Chimbote; conformando desde ese momento un núcleo
humano nuevo y particular, constituido por las familias migrantes que se han
acercado a estas costas con los más importante de sus pertenencias materiales y
todos sus valores y herencias culturales; el seno de estas familias se
enriquece e incrementa con la llegada de nuevos hijos, nacidos ya en Chimbote,
los cuales crecen alimentados con una doble influencia cultural: la de los
padres, en el hogar, desarraigados de sus lares primigenios, y la de Chimbote,
borrosa aún y pugnaz en sus manifestaciones productivas, laborales y gremiales
con las que hierven sus calles fraguando
los nuevos ánimos que, ahora, son producto y posibilidad.
Dante
Lecca Lozano nació en Chimbote el 24 de abril de 1957, en el hogar de Roberto
Lecca Carbonell y Bertha Lozano Vidal, procedentes de Huaylillas, provincia de
Pataz, departamento de La
Libertad , donde estuvieron dedicados a la minería, pero al
arribar a Chimbote se dedican a la construcción civil en la época en que se
construía la siderúrgica. La experiencia vital de Dante Lecca discurre bajo la
doble influencia que dejamos anotada líneas arriba, en una peculiar confluencia
y mestizaje culturales que acentúan los rasgos urbano-costeros sobre los
andino-ancestrales, individualizándolo en su personalidad como un auténtico y
genuino porteño, desapegado de la tierra y siempre listo para zarpar; por ello,
no es casual que en Del cráter al pie de
mi cama, su tercer libro de poemas, se autodefina:
“En esta mitología
cotidiana:
ando por el puerto
ninguna institución
–forma abstracta del ser–
ha podido contenerme en
su seno.
Acaso ahí radique mi
desinterés por todo
pero la tierra, la tierra
y el cielo
la luz y las profundas
aguas
me educaron errante y
benévolo”.
Autodefinición que, a mi
entender, alcanza también a sus progenitores y a todos sus antecesores y
sucesores, congéneres que, acatando el mandato de su naturaleza, caminan tras
los rastros de la naturaleza, para comulgar el sustento con los sueños de
realización, en una trashumancia permanente cargada de bienes y recuerdos, cual
verdadero éxodo (y no exilio); autodefinición que, asimismo, nos provee la
pauta para explicar y entender el trajinar y el producto intelectual y
literario de Dante Lecca Lozano, en su vocación soñadora y evocatriz.
II
Las manos
del hallazgo
Apretón
de manos y otros poemas
es el sexto libro de versos de Dante Lecca Lozano; en él, reúne treinta y dos
poemas agrupados en cinco secciones que nos posibilitan un recorrido, el del
poeta, por los recuerdos y en la contemplación del entorno, a manera de la
porteña ciudad en la que, previamente, nos instala para que lo escuchemos, lo
sintamos, nos hagamos carne de él y conozcamos quién es el humano que, delante
de nosotros, deviene, replegándose sobre sí para confesársenos, refluyente
océano proceloso y transparente, en la historia de su periplo nacional que al
parecer no por casualidad cíñese a un cielo que, en el libro, empieza con el
corazón palpitante del sétimo poema y, cierra en el cementerio, “Sin lágrimas en
el entierro de sus muertos”, su poema final; final que en la dialéctica del
texto traduce la espontánea y natural dialéctica del poeta, traslúcida y
culminante en su poema “Conversando con el pasado” que es, en verdad, el
anuncio feliz del reencuentro consigo mismo, el encuentro y la recuperación de
la libertad de un hombre, Dante Lecca Lozano, que, ahora, después de tantas
cosas, de tantas olas agitadas, ya no es el mismo de antes y, por eso, dice lo
que piensa y siente, sin temores; o debe empezar a decirlo, olvidando lo
aprendido para aprender de nuevo, para estar con la oportuna sentencia del
maestro de Pájinas libres, en un
renovado intento y esfuerzo en la búsqueda indesmayable de lo nuestro.
La
búsqueda incesante de la propia identidad singulariza el trabajo de Dante Lecca
Lozano, precoz y corajudo desde los dieciséis años en que publicó su primer
libro Adolescere (1973) en la
efervescencia de un ambiente conmocionado política y socialmente por la
“revolución” de Juan Velasco Alvarado, por la que el poeta se sintió cautivado
y atraído, al punto de haber abandonado sus estudios secundarios en 1974,
arrastrándolo en el torbellino de su dinámica para definirlo en su temperamento
de hombre hecho para la acción e iniciándolo en una práctica política comprometida
con los que nada tienen, con el proletariado, por la que deviene militante
marxista, forjando así su escalpelo ideológico; este compromiso, no obstante
todas las vicisitudes personales del poeta, no ha muerto y es ratificado en el
poema “Apretón de manos”, que da el nombre al libro:
“Confieso no recordar
nada más reconfortante y hermoso
que un apretón de manos
de dos personas
que no tienen nada”
De ellos empezó a
nutrirse su emoción, y su estro recrea y se recrea cantándoles, convencido –y
hasta enfervorizado– porque materializan un
futuro que provee y mantiene el optimismo del hombre y del poeta. En esto
afirma su existencia, cubriendo más o menos una década desde 1975, cuando
enroló en la
Juventud Revolucionaria del Perú (JRP), de inspiración velasquista,
hasta 1984, que adscribe al Partido Unificado Mariateguista (PUM) luego de un
tránsito político por Patria Roja y el Partido Comunista Revolucionario (PCR),
y haber vivido los fugaces instantes de la unificación electoral de la
izquierda peruana (1980) con la experiencia ARI; de todo este trajinar se
libera –no aseguramos si definitivamente– en 1989 que rompió con el Partido
Mariateguista Revolucionario (PMR), luego de un breve intervalo entre 1985 y
1986, que aprovechó para culminar sus estudios secundarios en el Programa No
escolarizado de la Escuela N °
314 de Chimbote. Los menesteres y apremios del poeta, en todo este largo
período de su vida se condensan en tres de sus libros: El cedro de cemento (1981), Del
cráter al pie de mi cama (1984) y Diálogo
con un orfebre (1987); a estos, se agregan: Dientes de castor (1989) y Apretón
de manos…, que nos ocupa y que, a mi entender, señalan el puente y la
ruptura, respectivamente, en un tránsito difícil pero necesario, anhelado y
realizado por el poeta en el obligado e ineludible camino de la
autoidentificación, de la búsqueda de la propia razón de ser y del destino que
nos toca, eternas cuestiones del hombre a las que –según las evidencias– el
poeta no ha encontrado una respuesta satisfactoria en todo lo que va de su
trajinar. De aquí, las connotaciones humanas y literarias de Apretón de manos… y las características
de todo el trabajo literario anterior de Dante Lecca Lozano, expresión de sus
íntimas preocupaciones personales éticas y humanas, que se ven invadidas
intermitentemente por la hesitación, la nostalgia evocatriz que recala en el
hogar y la niñez, los sentimientos de soledad, desaliento, vaciedad, sinsentido
y hastío, presentes ya en Del cráter…,
más acá del boom chimbotano, y recriminantes en Diálogo…, con su “Antioda a la prosperidad” y su “Dios de metal”.
Y es que Dante Lecca
Lozano, en su situación y destino personales, expresa la situación y el destino
de Chimbote, que es la situación y el destino del Perú y del hombre. Chimbote,
dadas la juventud y complejidad de su vida social, económica y productiva, no
encuentra aún –y no lo logrará pronto– su propio destino, porque no ha definido
aún los nítidos perfiles de su propia personalidad; es decir, de su identidad,
en el bullente mar de la diversidad de sus vertientes confortantes; es esta
falta de identidad que Dante Lecca Lozano, queriéndolo o no, expresa no solo en
su temperamento y su producto literario, sino fundamentalmente en sus
carencias, que son las del individuo y del grupo, y de las que él, por
momentos, desespera, obligándolo a inquirir y buscar. Frente al problema de la
identidad, Dante Lecca es una interrogante que revela la tonificante y
estimulante contextura ética del poeta, empujado a la búsqueda, pero con nervio
creador, y predominantemente optimista; es el hombre que hace, no es; sale, no
contempla ni presiente; vive la vida, ve coge, siente, se conmueve, no rebusca;
de allí el tono predominantemente prosaico –panfletario e inflamante a ratos–
de su discurso, la naturaleza de su mensaje asimilable sin dificultad y un
insinuado e insinuante humor acre y raspante que se respira recriminatorio
contra todo lo que confina al hombre. En estas connotaciones que señalamos,
Dante Lecca Lozano es un caso particular en los pagos intelectuales de Chimbote
–y del Grupo Literario Isla Blanca– comparable en mismo trayecto a Óscar
Colchado Lucio y a Julio Bernabé Orbegozo Ríos que, en otro nivel de la
expresión literaria y por otras causales, se erigen ya como una respuesta que
habla por las raíces tradicionales, míticas, legendarias e histórico-andinas, o
humanas respectivamente; que en todo caso, justifican y explican la búsqueda de
Dante Lecca Lozano que seguirá siendo tal en tanto no se definan, en su
identidad y en su destino, los borrosos perfiles del entorno humano del que ya
forma parte, y en cuyo propósito ya dio, en Apretón de manos…, el primer paso
importante que es la identificación del propio yo, en un alto en el camino que
debe servir para superar las coyunturales y precarias estancias del
escepticismo individualista y continuar por los exigentes pero gratificantes
caminos del género que nada tiene –y sin el que nadie somos– pero que todo lo
da cuando nos tiende sus manos.
*Publicado
inicialmente en: Bellamar. Revista de
cultura. Año III. N° 7. Chimbote, abril
1992
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