sábado, 15 de septiembre de 2012

Dante Lecca: un cráter bueno y trashumante


                       Ángel Lavalle Dios 


I

La década del ’50 es clave en la historia laboral pesquera de la costa peruana y, más precisamente, de Chimbote. En 1952, empieza el éxodo de los pescadores del norte a causa de la escasez de los cardúmenes de pez espada y atún, cuya caza los había concentrado en Máncora y anexos por más de un lustro; los pescadores llegan a Chimbote y anexos en una época en que se iniciaba aquí, también, la actividad siderúrgica. La naturaleza, con sus caprichos estacionales, concentraba, ahora, en esta zona, sus recursos, a los que debe agregarse la anchoveta, atrayendo desde entonces oleadas sucesivas de gente migrante que, procedente mayoritariamente de las sierras de la Libertad y Ancash, empieza a poblar Chimbote; conformando desde ese momento un núcleo humano nuevo y particular, constituido por las familias migrantes que se han acercado a estas costas con los más importante de sus pertenencias materiales y todos sus valores y herencias culturales; el seno de estas familias se enriquece e incrementa con la llegada de nuevos hijos, nacidos ya en Chimbote, los cuales crecen alimentados con una doble influencia cultural: la de los padres, en el hogar, desarraigados de sus lares primigenios, y la de Chimbote, borrosa aún y pugnaz en sus manifestaciones productivas, laborales y gremiales con  las que hierven sus calles fraguando los nuevos ánimos que, ahora, son producto y posibilidad.
            Dante Lecca Lozano nació en Chimbote el 24 de abril de 1957, en el hogar de Roberto Lecca Carbonell y Bertha Lozano Vidal, procedentes de Huaylillas, provincia de Pataz, departamento de La Libertad, donde estuvieron dedicados a la minería, pero al arribar a Chimbote se dedican a la construcción civil en la época en que se construía la siderúrgica. La experiencia vital de Dante Lecca discurre bajo la doble influencia que dejamos anotada líneas arriba, en una peculiar confluencia y mestizaje culturales que acentúan los rasgos urbano-costeros sobre los andino-ancestrales, individualizándolo en su personalidad como un auténtico y genuino porteño, desapegado de la tierra y siempre listo para zarpar; por ello, no es casual que en Del cráter al pie de mi cama, su tercer libro de poemas, se autodefina:

“En esta mitología cotidiana:
ando por el puerto
ninguna institución –forma abstracta del ser–
ha podido contenerme en su seno.
Acaso ahí radique mi desinterés por todo
pero la tierra, la tierra y el cielo
la luz y las profundas aguas
me educaron errante y benévolo”.

Autodefinición que, a mi entender, alcanza también a sus progenitores y a todos sus antecesores y sucesores, congéneres que, acatando el mandato de su naturaleza, caminan tras los rastros de la naturaleza, para comulgar el sustento con los sueños de realización, en una trashumancia permanente cargada de bienes y recuerdos, cual verdadero éxodo (y no exilio); autodefinición que, asimismo, nos provee la pauta para explicar y entender el trajinar y el producto intelectual y literario de Dante Lecca Lozano, en su vocación soñadora y evocatriz.

II
Las manos del hallazgo

Apretón de manos y otros poemas es el sexto libro de versos de Dante Lecca Lozano; en él, reúne treinta y dos poemas agrupados en cinco secciones que nos posibilitan un recorrido, el del poeta, por los recuerdos y en la contemplación del entorno, a manera de la porteña ciudad en la que, previamente, nos instala para que lo escuchemos, lo sintamos, nos hagamos carne de él y conozcamos quién es el humano que, delante de nosotros, deviene, replegándose sobre sí para confesársenos, refluyente océano proceloso y transparente, en la historia de su periplo nacional que al parecer no por casualidad cíñese a un cielo que, en el libro, empieza con el corazón palpitante del sétimo poema y, cierra en el cementerio, “Sin lágrimas en el entierro de sus muertos”, su poema final; final que en la dialéctica del texto traduce la espontánea y natural dialéctica del poeta, traslúcida y culminante en su poema “Conversando con el pasado” que es, en verdad, el anuncio feliz del reencuentro consigo mismo, el encuentro y la recuperación de la libertad de un hombre, Dante Lecca Lozano, que, ahora, después de tantas cosas, de tantas olas agitadas, ya no es el mismo de antes y, por eso, dice lo que piensa y siente, sin temores; o debe empezar a decirlo, olvidando lo aprendido para aprender de nuevo, para estar con la oportuna sentencia del maestro de Pájinas libres, en un renovado intento y esfuerzo en la búsqueda indesmayable de lo nuestro.
            La búsqueda incesante de la propia identidad singulariza el trabajo de Dante Lecca Lozano, precoz y corajudo desde los dieciséis años en que publicó su primer libro Adolescere (1973) en la efervescencia de un ambiente conmocionado política y socialmente por la “revolución” de Juan Velasco Alvarado, por la que el poeta se sintió cautivado y atraído, al punto de haber abandonado sus estudios secundarios en 1974, arrastrándolo en el torbellino de su dinámica para definirlo en su temperamento de hombre hecho para la acción e iniciándolo en una práctica política comprometida con los que nada tienen, con el proletariado, por la que deviene militante marxista, forjando así su escalpelo ideológico; este compromiso, no obstante todas las vicisitudes personales del poeta, no ha muerto y es ratificado en el poema “Apretón de manos”, que da el nombre al libro:

“Confieso no recordar nada más reconfortante y hermoso
que un apretón de manos de dos personas
que no tienen nada”

De ellos empezó a nutrirse su emoción, y su estro recrea y se recrea cantándoles, convencido –y hasta enfervorizado porque materializan un futuro que provee y mantiene el optimismo del hombre y del poeta. En esto afirma su existencia, cubriendo más o menos una década desde 1975, cuando enroló en la Juventud Revolucionaria del Perú (JRP), de inspiración velasquista, hasta 1984, que adscribe al Partido Unificado Mariateguista (PUM) luego de un tránsito político por Patria Roja y el Partido Comunista Revolucionario (PCR), y haber vivido los fugaces instantes de la unificación electoral de la izquierda peruana (1980) con la experiencia ARI; de todo este trajinar se libera –no aseguramos si definitivamente– en 1989 que rompió con el Partido Mariateguista Revolucionario (PMR), luego de un breve intervalo entre 1985 y 1986, que aprovechó para culminar sus estudios secundarios en el Programa No escolarizado de la Escuela N° 314 de Chimbote. Los menesteres y apremios del poeta, en todo este largo período de su vida se condensan en tres de sus libros: El cedro de cemento (1981), Del cráter al pie de mi cama (1984) y Diálogo con un orfebre (1987); a estos, se agregan: Dientes de castor (1989) y Apretón de manos…, que nos ocupa y que, a mi entender, señalan el puente y la ruptura, respectivamente, en un tránsito difícil pero necesario, anhelado y realizado por el poeta en el obligado e ineludible camino de la autoidentificación, de la búsqueda de la propia razón de ser y del destino que nos toca, eternas cuestiones del hombre a las que –según las evidencias– el poeta no ha encontrado una respuesta satisfactoria en todo lo que va de su trajinar. De aquí, las connotaciones humanas y literarias de Apretón de manos… y las características de todo el trabajo literario anterior de Dante Lecca Lozano, expresión de sus íntimas preocupaciones personales éticas y humanas, que se ven invadidas intermitentemente por la hesitación, la nostalgia evocatriz que recala en el hogar y la niñez, los sentimientos de soledad, desaliento, vaciedad, sinsentido y hastío, presentes ya en Del cráter…, más acá del boom chimbotano, y recriminantes en Diálogo…, con su “Antioda a la prosperidad” y su “Dios de metal”.
Y es que Dante Lecca Lozano, en su situación y destino personales, expresa la situación y el destino de Chimbote, que es la situación y el destino del Perú y del hombre. Chimbote, dadas la juventud y complejidad de su vida social, económica y productiva, no encuentra aún –y no lo logrará pronto– su propio destino, porque no ha definido aún los nítidos perfiles de su propia personalidad; es decir, de su identidad, en el bullente mar de la diversidad de sus vertientes confortantes; es esta falta de identidad que Dante Lecca Lozano, queriéndolo o no, expresa no solo en su temperamento y su producto literario, sino fundamentalmente en sus carencias, que son las del individuo y del grupo, y de las que él, por momentos, desespera, obligándolo a inquirir y buscar. Frente al problema de la identidad, Dante Lecca es una interrogante que revela la tonificante y estimulante contextura ética del poeta, empujado a la búsqueda, pero con nervio creador, y predominantemente optimista; es el hombre que hace, no es; sale, no contempla ni presiente; vive la vida, ve coge, siente, se conmueve, no rebusca; de allí el tono predominantemente prosaico –panfletario e inflamante a ratos– de su discurso, la naturaleza de su mensaje asimilable sin dificultad y un insinuado e insinuante humor acre y raspante que se respira recriminatorio contra todo lo que confina al hombre. En estas connotaciones que señalamos, Dante Lecca Lozano es un caso particular en los pagos intelectuales de Chimbote –y del Grupo Literario Isla Blanca– comparable en mismo trayecto a Óscar Colchado Lucio y a Julio Bernabé Orbegozo Ríos que, en otro nivel de la expresión literaria y por otras causales, se erigen ya como una respuesta que habla por las raíces tradicionales, míticas, legendarias e histórico-andinas, o humanas respectivamente; que en todo caso, justifican y explican la búsqueda de Dante Lecca Lozano que seguirá siendo tal en tanto no se definan, en su identidad y en su destino, los borrosos perfiles del entorno humano del que ya forma parte, y en cuyo propósito ya dio, en Apretón de manos…, el primer paso importante que es la identificación del propio yo, en un alto en el camino que debe servir para superar las coyunturales y precarias estancias del escepticismo individualista y continuar por los exigentes pero gratificantes caminos del género que nada tiene –y sin el que nadie somos– pero que todo lo da cuando nos tiende sus manos.

*Publicado inicialmente en: Bellamar. Revista de cultura. Año III. N° 7. Chimbote,  abril 1992


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