jueves, 20 de septiembre de 2012

La insistencia de lo hórrido en el “Soliloquio”de Juan Ojeda


Wilder Caururo Sánchez

"La poesía existe para que la muerte no tenga la última palabra"
Edgar Bayley


Producir en los seres humanos la sensación de desdoblamiento y evanescencia es un verdadero logro que sólo se consigue a partir de la filosofía y, mejor aún, a partir de la Poesía.

Poetizar, resulta entonces, un acto consciente de búsqueda y permanencia del ser. De ése que se escribe a sí mismo con la lucidez y la premura que solo otorgan las palabras. Poetizar la vida es cantar a la vida, aun, en la cercanía de la muerte... Poetizar la vida es re-encantarla desde lo cotidiano... viviendo los valores que importan... es, cada vez, ir re- descubriendo más al otro y a sí mismo.

Heidegger escribió con mucho acierto que el poetizar pensante es en verdad la topología del ser. Y para él, pensar se eslabona necesariamente con el recordar. Por ello, luego afirma con seguridad que el poetizar necesariamente implica recordar que a fin de cuentas no es el pensar mismo, sino lo más próximo a él. Con el término “recuerdo” o “memoria” Heidegger aludía a lo que los griegos denominaban  Mnémosyne” y que representaron como la hija del cielo  y de la tierra desposada con Zeus y madre de las musas. La poesía – lo mismo que el juego, la música y la danza – es hija de la memoria. El recuerdo de lo que ha de pensarse es la fuente originaria de la poesía, porque la poesía es el arroyo que a veces retrocede hasta el manantial, el pensar como recuerdo. Así pues, para Heidegger  el poetizar es un radical fundar. Y ¿qué fundan los poetas? El ser, por tanto el mundo, las cosas, Dios…el fundar implica abrir el Ser,  hacer que el mundo llegue a existir, causar el nacimiento de los dioses. De esa manera entendemos, a la luz dada por Heidegger, que toda auténtica filosofía es a la vez pensante y poética.

Y ese fue el camino que eligió Juan Ojeda (Chimbote, 1944- Lima.1984) para dejar su huella en la memoria de los hombres. Eligió el poetizar pensante hacia una mejor comprensión de la esfera existencial, que tan cara nos es a los mortales y de la cual muy difícilmente podemos evadirnos, sino es por la creación de mundos alternos cargados de un profundo sentimiento fantástico. Hoy evocaremos a Ojeda y repasaremos esa lucidez metafísica a través de un poema suyo “Soliloquio”, publicado en 1972 en la colección de poemas Eleusis. La elección de este poema se debe a la necesidad de encontrar la filiación entre idea y poesía, exigencia omnipresente en lo escrito por Heidegger.
Para realizar un buen análisis del poema, procederemos a presentar el texto íntegro:

Soliloquio

Para el que ha contemplado la duración de lo real es horrenda fábula.
Sólo los desesperados, esos que soportan una implacable soledad horadando las cosas,
Podrían develar nuestra torpe carencia,
la vana sobriedad del espíritu cuando nos asalta el temor de un mundo ajeno a los sentidos.
¿Qué esperarías, agotado de ti o una estéril música, cuyo resplandor al abismarse te anodaría? Pero tú yaces oculto o simulas alejarte De lo que, en verdad, es tu único misterio: en la innoble morada de la realidad nutres un sentido más hondo, del que ya ha cesado todo vestigio humano. Y destruyes el reino de lo innombrable, que en ti mismo habita.
¿Qué esperarías? ¿Sólo madurar, descendiendo, en una materia más huraña que el polvo?
Nada hay en los dominios frescos del sueño o la vigilia.
Así he considerado con indiferencia mi vida
y debemos marcharnos.

Leído el poema, podemos trazar una ruta de análisis que nos permita discernir el entramado ontológico sobre el que se ha edificado.
“SOLILOQUIO” desde el título del poema se inscribe el sentido original del autor de hablarse a sí mismo y de sí mismo. Ese mirarse tan cercano lo pondrá frente a frente con sus pensamientos.  Solo, amparado y crecido por su mente  busca disgregar las aristas más sensibles del ser. El Soliloquio no es solo una postura, es un acto propicio del poetizar pensante. Pues, como ya hemos anunciado, poesía y pensar no están disociados, son dos líneas paralelas que en algún punto del infinito se interceptan y donde su mayor cercanía produce en fidelidad el surgimiento de su más pura esencia.

Para el que ha contemplado la duración /  lo real es horrenda fábula”.

En estos versos, sintetiza, el sujeto lírico, el pensamiento que lo acomete desde el momento que la contemplación se convierte en la línea de partida de toda locura y todo acierto. Elabora una sentencia con una especie de pesimismo óntico. Lo cruel que es la realidad que se recibe como una imposición a los sentidos y la certeza de verse consumido en el tiempo como fuego de muchas hogueras. La  fábula (la terrible historia humana) se rechaza por su horridez por la detestable manera que tiene de dañarnos; y el tiempo, si podemos concebirlo, es solo una forma de desintegrar al ser mismo en la nada. La duración aludida es permanente, es un canto que febrilmente corrompe nuestra necesidad, a veces ciega y visionaria, de vivir en el intento de morir menos cada día. Todo ya ha sido dicho ¿qué queda sino esperar el que hoy pase a ser ayer? He ahí el verdadero horror de la existencia ya no solo hecho a partir de palabras, sino de sensaciones cada vez más y más reales.

“...Sólo los desesperados,/ esos que soportan una implacable soledad/horadando las cosas, podrían/develar nuestra torpe carencia,/ la vana sobriedad del espíritu/cuando nos asalta el temor/de un mundo ajeno a los sentidos”.

Los desesperados, cuya convicción se anuncia aquí, son los que con  constancia luchan contra la implacable soledad de vivir,  para habitar en el plano de las esencias trascendentales. Son los que no se conforman con las mismas respuestas. Los que van más allá de toda duda y verdad. Aquéllos que saben de antemano que no hay sobriedad que se resista, si en cambio ha de soportarse el temor de un mundo ajeno a los sentidos en el cual, iluminados, todos, debiéramos aspirar habitar. Solo el horadar las cosas en la necesidad cuántica de hallarle entrañas a todo lo existente nos alienta con convicciones profundas; pues entonces entendemos que la luz lo dice todo y el espíritu es a la vez ciego y sabio en la lírica eufonía de la sobria ebriedad. Y es ahí cuando lo bello se torna terrible, como lo dijera Rilke, alguna vez,  todo ángel es terrible, porque si la belleza no sirve para darnos de golpes y despertarnos entonces nada ha de importar en la vida.
Será por eso que, la obra de arte  ya no sólo ha de ser considerada un objeto a la mano, sino  también y, sobre todo,  fuente de verdad; siendo irreductible al mundo, no como mero instrumento. La atención que se le tiene es por ella misma y no como función o mecanismo. Tiene su propio mundo, que ella misma abre y funda.
La obra es apertura de la verdad, aun en un sentido más profundo y radical: no sólo abre e ilumina un mundo,... sino que además, al abrir e iluminar, hace que se haga presente ese otro aspecto constitutivo de toda apertura de la verdad que la metafísica olvida,... En la obra de arte está realizada la verdad no sólo como revelación y apertura, sino también como oscuridad y ocultamiento. Y por ello, los que han desesperado podrán, en armonía con su búsqueda, entender la imperceptible tramoya que a la vez anonada y cautiva

Qué esperarías, agotado de ti/ o una estéril música,/cuyo resplandor al abismarse te anonadaría”.

Así, se impone un reto para el que osa enfrentar la verdad es una lucha cruel y subjetiva. En  ella, toda melodía y resplandor conduce al equívoco en una ambigüedad que  nos sorprende y extravía. Pues todos los mortales estamos llamados al error desde que nacemos. Cualquier síntoma en la realidad  que nos permita comprendernos nos conduce a la rabia más irredenta que existe, y de la cual no podemos salir. Será por eso que toda condena, al final, es dulce y centuplicada de laboriosidad metafísica.

“Pero tú yaces oculto o simulas alejarte/de lo que, en verdad, es tu único misterio:/en la innoble morada de la realidad/nutres un sentido más hondo,/ del que ya ha cesado todo vestigio humano”.

Ocultarse en la propia magnitud de nuestra existencia diminuta sin la posibilidad de alejarse de veras, asumiendo verdades y misterios propios al hombre. La innoble morada de la realidad...ésa que con su gesto y canto corrompe la hondura y la verdad y en la cual el humano se halla inmerso sin poder huir, sin siquiera poder enunciarse con lírica profundidad. Y ese reino de lo hórrido existe. En el obtenemos las heridas que nos causan angustia, y en el que descubrimos que pensar y poetizar hasta la inmanencia más profunda nos otorgará, algún día, un paliativo existencial. En ese reino, que padecemos como nuestro y al que nunca conoceremos en su totalidad; concebimos posibles respuestas que jamás terminarán por satisfacernos por completo .Pues, al final de cuentas, la persona no es una cosa, una sustancia, un objeto. Con ello  quiero subrayar lo mismo que señala Husserl cuando postula para la unidad de la persona una constitución esencialmente distinta que para las cosas naturales. A la esencia de la persona pertenece el poder solamente existir realizando actos intencionales... El ser psíquico no tiene, pues, nada que ver con el ser de la persona. Los actos se realizan, la persona es un realizador de actos. Y esos actos, a fin de cuentas, lo justifican y condenan a la vez con su golpe súbito y su dolor más pleno.

 Y destruyes / el reino de lo innombrable , que en ti mismo habita”

Porque nada hay  que perder si de antemano sabemos que lo hemos perdido todo, si sabemos que no hay forma de huir de esta muerte y solo nos resta poetizar la vida hasta hacerla más suprema, incluso en este mundo de asco y protervia absoluta. En ese sentido el hombre ha producido para sí el crecimiento ontológico más grande la Poesía en un soliloquio del que solo disfrutan la armonía de lo bello entre las manos y los ojos. Ha logrado apropiarse de  una ínsula tan extrañísima  que la permitido ser Dios y hombre ante un espejo. Un Dios de carne y hueso que se avergüenza de sí mismo.

“¿Qué esperarías? ¿Solo madurar, descendiendo, en una materia más huraña que el polvo?”

Y ante la horrible evidencia , de saber que vivimos para terminar siendo parte de la nada, si existe tal cosa, entonces qué queda sino interrogar con impertinencia y olvidarlo todo u obligarnos a resistir esa posibilidad que produce la náusea más grave en el hombre. Las preguntas nos llevan a doblegarnos y escribir con nuestros puños ardientes que todavía existe algo para resistir: el arte. Pues nada puede hacer la filosofía para el descubrimiento del ser, de la verdad; ahora toca al arte sacar a flote la verdad, le toca a la poesía desvelar lo que el ser es. La poesía es Epifanía del Ser; esto es, lo que asegura Heidegger.

 Nada hay en los dominios frescos / del sueño o la vigilia”

Todo ha quedado vacío, toda posibilidad de encontrarnos satisfechos ni se logra dormido ni despierto. La insistencia de lo hórrido es constante y no hay lugar para ocultarse y no hay forma de evitar que el temor , o siquiera la duda, se apodere de nosotros, ya que eso implicaría alguna forma de plenitud cotidiana, algo que no se nos es permitido desde el momento que ha fracasado todo y nuestras manos no pueden sujetar el aire...

                        “Así/ he considerado con indiferencia mi vida,/ y ya debemos marcharnos”

Así pues, la conclusión del poema nos lleva  a la verdad. Asumamos con indiferencia que lo hórrido está ahí hagámosle frente con nuestras propias armas, resistamos hasta que no nos quede nada más por hacer y sigamos la marcha de la existencia. Así, mientras nos ahoguemos todavía encontraremos algún bote de salvación para nosotros. Pues, ante la horrible verdad,  lo que nos queda es vivir; vivir tan intensamente una idea hasta ser puros, como tal vez Ojeda quiso serlo algún día. Hagamos como él, no cerremos los ojos jamás ante esa terrible realidad, asumamos que nunca podremos definir lo que al ser le acontece sin razones ni seguridades, pues si de algo tenemos la certeza es que no hay respuestas para las incontables dudas que nos acometen desde que nacemos hasta que encontramos el morir. Porque solo muriendo cada día encontraremos razones para seguir la marcha de la existencia. Hagámosle frente a lo hórrido, con nuestra impaciencia lúdica y nuestra furia apocalíptica. No habrá Dios entonces que nos resista.
Y para concluir terminaremos con una cita trepidante del maestro Wittgenstein

"De lo que no se puede hablar lo mejor es callarse".


Fuentes de consulta

García Bacca, Juan David: nueve grandes filósofos contemporáneos y sus temas, caracas, publicaciones del Ministerio de Educación Nacional, España
Heidegger,M. ,¿Qué significa pensar?Ed.Nova,2ª.ed.,Buenos Aires,1964.
Ojeda , Juan  Eleusis. Gárgola 2 Colec.de poesía . Lima . 1972
Málaga , Raymundo; Hacia el análisis liberto de la elevación lírica, Editorial Norma, Barcelona ,1999.


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