lunes, 27 de agosto de 2012

"Vientos del sur". imagen de la poesía neochimbotana.


 Ricardo Ayllón

La provincia del Santa cuenta ya con una tradición lírica reconocida a nivel nacional, y es que desde la segunda mitad del siglo pasado, con la aparición de las primeras muestras individuales y las primeras agrupaciones de poetas, esta tradición comenzó a enraizarse con la única certeza de que para tiempos actuales sería toda una realidad.

Chimbote, en aquel panorama creativo, era todavía una sola y vasta jurisdicción, sin el actual fraccionamiento que presenta desde hace dos décadas dividiéndolo en los distritos de Chimbote (al norte) y Nuevo Chimbote (al sur), razón por la cual, los enfoques del trabajo literario hecho en esta parte de la costa de Ancash tenían la vastedad de una única circunscripción. Pero ahora, para nadie es un secreto que existen sensibles diferencias entre ambos distritos, algunas de las cuales van más allá de las meras características demarcatorias. Nuevo Chimbote —en comparación con el «viejo» distrito de Chimbote— es percibido como un territorio de promisorio capital humano, con un crecimiento ordenado y una proyección urbana que parece seguir un verdadero patrón de modernidad; lo cual ha hechoque el distrito sureño logre una importante individualidad y, gracias a ello, sea observado y aquilatado hoy como un territorio que comienza a ganar su propia identidad.

II
Sobre la base de esta premisa, no me parece prematuro ofrecer muestras del trabajo creativo desarrollado al interior del distrito. En el caso particular de este volumen que congrega la producción lírica, el lector encontrará un repaso de lo hecho por sus agentes teniendo como patrón la cronología promovida por sus años de nacimiento, sin descartar, obviamente, sus verdaderos lugares de procedencia, pues estos servirán para comprobar el carácter joven de Nuevo Chimbote. 

Atraídos por la gran trasformación social y económica suscitada con el fenómeno de la pesca industrial y las oportunidades laborales accesorias a esta, los primeros habitantes del sur de Chimbote fueron inmigrantes del resto del país que definieron aquí su residencia, experimentando el peso de la nostalgia por el terruño dejado y —a la vez— su condición de vecinos de un territorio donde emprendían una forma de vida distinta. Urbanizaciones primigenias como Buenos Aires, Bruces y Bellamar acogieron a un primer grupo de foráneos organizados en minisociedades de empresarios, empleados públicos, profesionales, pescadores, etc., para conformar el punto de partida de esa gran aventura ciudadana denominada posteriormente Distrito de Nuevo Chimbote.

Y esta historia ha sido también el soporte para la presencia de sus artistas y escritores. De este modo, poetas como Manuel Arteaga Rosales y Óscar Zevallos Marín, naturales de las serranías de La Libertad y Ancash, respectivamente, saben cantarle a su tierra de origen, y, sin embargo, son llamados también por temas de índole universal como las que atañen la sensibilidad social y existencial. Pero el trabajo expresivo y estilístico de estos dos poetas trasluce todavía el temblor de un arte con evidentes signos iniciáticos, es decir, escriben más por el impulso que produce la conmoción de sus espíritus que por pensar en hacerse de una carrera literaria con los cuidados técnicos que ésta exige. Tal característica es, por supuesto, el reflejo del carácter juvenil de una sociedad como la chimbotana, donde no existen aún las condiciones ni los requerimientos para un arte mejor logrado. 

Pero Nuevo Chimbote es también cuna de una de las instituciones educativas que sin duda favoreció el reciente y acelerado desarrollo cultural de la provincia: la Universidad Nacional del Santa. Debido a suinstitucionalización previa a la creación oficial del distrito, es posible contar actualmente con una importante promoción de profesionales, entre los que se encuentran serios creadores literarios. Docentes y estudiantes de esta universidad, gracias al rigor intrínseco que incumbe a todo centro superior de estudios, supieron ofrecer una poesía mejor lograda. Poetas como Ricardo Cotrina Cerdán (docente) y egresados como Azágar, Maribel Alonso, Pablo Moreno, Elmer Coral o, los más jóvenes, Juan Onzer y Viscely Zarzosa, han brindado sus primeros escarceos líricos en paralelo a su desempeño profesional o estudiantil. Ya sea escribiendo en silencio (Alonso), orientando a los estudiantes (Cotrina), conformando agrupaciones literarias o editando revistas especializadas (Azágar, Moreno, Coral, Onzer, Zarzosa), estos poetas consiguieron manifestar (y todavía lo hacen) sus logros estéticos con el necesario amparo académico que exige en tiempos actuales una labor tan sensible como la poesía.
 Lo mismo ha ocurrido con Denisse Vega Farfán, doblemente estimulada en su formación universitaria, pues si bien estudió Derecho en la Universidad César Vallejo (donde obtuvo sus primeras preseas literarias), pasó también por la Universidad Nacional del Santa (UNS) conformando el Taller de Arte Palamenco, en el cual es seguro que cinceló mejor su espíritu creador; mientras que Sonia Paredes Soto, que en un primer momento estuvo alineada a agrupaciones de poetas instituidas en la UNS (como Trincheras y El Universalismo), estudió luego Educación, reforzando así su formación personal y profesional.
Insular —con referencia al contexto académico chimbotano— es el caso de Augusto Rubio Acosta, quien, formado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima), llegó a nuestra provincia a vivir su experiencia creativa y difusora de la mano del Grupo de Literatura y Arte Isla Blanca, pero siempre teniendo a Nuevo Chimbote como referente cultural y personal.
Se trata pues de poetas de los nuevos tiempos, nuevos como este distrito que necesita conocer la obra creativa de sus hijos, pues solo así el actual poblador neochimbotano sabrá reconocerse como tal y valorarse en su independencia cultural.

III
La presente muestra no es una antología ni una selección con sentido cancelatorio, sino más bien un mosaico que pretendo poner de modelo en función del acopio de material realizado para este volumen, tomando en cuenta —no obstante— a poetas con una presenciadistinguible dentro del distrito, ya sea en tiempos pasados, presentes o con una proyección en el tiempo percibida como cierta. Se trata, en suma, de un criterio tan importante como es el de la conciencia creativa, es decir la identidad del poeta como tal, decidido a enfocar su rumbo vivencial por ese camino. 

No he condicionado esta muestra a un parámetro temático ni estilístico. Aquí se encuentra la libertad del creador con todas sus aflicciones y esperanzas, con el cúmulo de su experiencia estética e íntima, desnudo ante un lector que sabrá aquilatar su trabajo desde sus propios referentes lectorales. Se trata de un trabajo, además que, en lo personal, debo agradecer al escritor Víctor Hugo Alvítez, quien me ha brindado buena parte de la bibliografía consultada, gracias a su labor frente al Centro de Documentación Regional «Ancash».

Queda pues en vuestras manos el objetivo final de esta primera muestra de la creación lírica en Nuevo Chimbote. Y es que será con la lectura de este libro como se cerrará el círculo de esta maravilla que es el trabajo literario ahora que asoma como una porción certera del rotundo repertorio cultural de este distrito. Porción que los invito a disfrutar en toda su dimensión con el cariño y paciencia que merecen nuestros poetas locales. 

Fuente: Vientos del sur, imagen de la poesía neochimbotana. Fondo Editorial de Nvo. Chimbote, 2012

 

domingo, 26 de agosto de 2012

Julio Ortega: Me gusta ser un poeta desconocido


El intelectual Julio Ortega se sabe un escritor profuso a quien suelen sucederle cosas raras. Cuenta que en una ocasión, en México, mientras viajaba en un taxi dejó extraviada su libreta de notas. Una gran libreta que contenía crítica, poemas, relatos, sueños, diarios... Al bajarse de su transporte, se percató del olvido y pensó rápidamente en correr para recuperar el cuaderno. Sin embargo, una pregunta le invadió: «¿Y si lo dejo ir?», y así lo hizo. «Sentí un gran alivio», confesó.
—Inesperada forma de compartir...
—Una suerte de tributo.
Al profesor peruano, cuya obra constituye una de las más lúcidas de Latinoamérica por sus reflexiones acerca de los nexos entre literatura, historia y sociedad, le place la relación intimista con la literatura, que le permite ser un escritor que no publica todo lo que escribe. «Me gusta ser un poeta desconocido».
—Es usted un prolífico escritor. Ha cultivado la crítica literaria, novela, poesía, relato, ensayo... ¿Qué lo seduce más al escribir?
—Explorar el lenguaje en situaciones distintas, con una fluidez entre los géneros —que para mí son como formatos, donde cada uno supone una entonación diferente. La poesía supone una dicción más íntima, personal, reflexiva; el relato implica un ensayo de las posibilidades expansivas y recurrentes del lenguaje, mientras que la crítica es como una reflexión sobre todos ellos.
—¿Entonces se inclina más hacia la crítica?
—Me gusta más la poesía, creo que es lo central en el acto literario. Con ella tengo una relación muy curiosa, que aún no he acabado de entender. Es como una intimidad que no requiere ser descubierta o revelada. Escribo permanentemente poemas, pero no necesito publicarlos. Me siento muy bien sabiendo que tengo una parte de mi obra inédita.
—¿Sobre qué temas prefiere escribir?
—Depende. Si se trata de crítica me interesa más la actualidad, lo nuevo, lo que está haciéndose, los registros del cambio.
Como explorador infatigable del quehacer literario de América Latina, su obra crítica constituye valioso caudal de conocimiento. Destacan en esas publicaciones textos como El discurso de la abundancia (1992), Una poética del cambio (1992), Arte de innovar (1994), El principio radical de lo nuevo (1997) y Caja de herramientasPrácticas culturales para el nuevo siglo chileno (2000).
Según comentó el también narrador, a cuya autoría pertenecen el libro de cuentos Las islas blancas (1966) y la novela Mediodía (1970), actualmente se encuentra preparando un volumen acerca de la literatura del siglo XXI. «No es una historia ni un panorama, solo algunos gestos que recuentan las variantes que se construyen en áreas de lectura. Será un texto más literario, que apuesta por voces y tendencias para caracterizar la relación problemática existente entre la palabra privada y la pública; y entre las emociones como dimensión de lo más genuino y la incertidumbre».
—¿Qué autores lo han influenciado más en su desempeño?
—En primer lugar Jorge Luis Borges. Considero que todos somos directos herederos de él. Para mí fue tan importante el descubrimiento de El Quijote, siendo un niño, como el de El Aleph, de Borges, en mi primer día de la universidad, en el año 1961.
«Recuerdo que era una clase de 300 alumnos y el profesor comenzó leyendo un fragmento de El Aleph, y me pareció que lo leía solo para mí. Posteriormente tuve el privilegio de conocer a Borges, editarlo y escribir sobre él, lo cual es una suerte de fidelidad primero y luego de felicidad.
«Después de Borges, han sido muy importantes César Vallejo, a quien he dedicado mucho tiempo; José Lezama Lima y Gabriel García Márquez, entre otros».
—Gran parte de su labor la ha dedicado a la promoción de jóvenes talentos. ¿Cómo vislumbra usted el futuro de las letras latinoamericanas?
—Extraordinariamente diverso. No existe la unidad que responda a una noción homogénea de América Latina. Los latinoamericanos se definen por una diversidad que no busca tener un solo lenguaje, sino que tolera y hasta celebra la diferencia de los lenguajes posibles.
«Siempre he dicho que si hubiera una sola verdad, un solo modelo, una sola lectura, no habría lugar para América Latina. El lugar de lo nuestro reside en la heterogeneidad y la inclusión».
—Usted ha manifestado: «Nos toca a los críticos mediar para que las nuevas literaturas hagan su peregrinaje». ¿Cómo ejerce esa mediación Julio Ortega?
—La actividad crítica no es solamente escribir acerca de eso, sino intervenir en el paisaje cultural. Desde esa perspectiva, el intelectual constituye una figura casual, pero desencadenante de escenarios, reflexión, interacción, intercambio y reconocimiento para que los escritores noveles tengan el desafío de ser leídos más allá de sus contextos literarios.
«Hoy los jóvenes viven otro capítulo de lo mismo que mi generación vivió en los años 60, que es, en este caso, la ampliación del sistema comunicativo gracias a la expansión digital, donde Internet deviene plaza pública literaria.
«Creo que el modelo que va a dominar en el siglo XXI va a ser el del fomento de la productividad. Existe actualmente la industria privada y la producción estatal, y esa polaridad no es buena para la literatura.
«El mercado establece una normatividad en relación con la ganancia, y el libro es un objeto que nace en el mercado. En muchos países del mundo (México, España) casi todo lo que es cultural se debe al presupuesto. La cultura está muy subvencionada. Ante esta realidad, hay todo un movimiento de voces recientes que no tienen acceso a ese mercado, por lo que construyen sus propias plataformas a través de Internet con pequeñas revistas y editoriales. Y es precisamente allí donde se encuentra la literatura viva. Ellos son capaces de atraer un público y generar lectores en sintonía con las nuevas sensibilidades».
Para Ortega lo más importante de la literatura radica en su capacidad de inventiva para ser siempre cambiante y evitar las fórmulas. Como espacio de exploración, permite que cada época construya escenarios de lectura en los cuales desarrolla desafíos y hace propuestas. Por eso, buena parte de su desempeño como antólogo lo ha consagrado al fomento de jóvenes escritores latinoamericanos, a través de títulos como Antología del cuento latinoamericano del siglo XXI.
—Desde su experiencia, ¿cómo cree que las nuevas generaciones puedan construir su historia apoyados en la literatura?
—La literatura tiene lo que me gusta llamar «la gracia de lo gratuito», no tiene precio ni estatus, es algo que se hace por placer, por sentido crítico, por capacidad de diálogo, asombro y solidaridad.
«Sobre esa plataforma que genera la necesidad de crear un lenguaje legítimo, surge una ética vinculada al mundo emocional, basada en la verdad de las experiencias humanas compartibles. Eso no es una doctrina, programa ni utopía, sino que es el sustento donde fragua una vida cotidiana vivida plenamente».
—Usted maneja la tesis de que cada escritor inventa su lector. ¿Cómo son sus lectores?
—En primer lugar son mis estudiantes, quienes son, a su vez, creadores de lectores. Luego son los públicos en América Latina. Como crítico tengo la obligación ética de desencadenar cosas y articular otras. Mi interés es propiciar un diálogo más amplio, crear escenarios de reencuentro, intentar que los lectores tengan más legitimidad social y tratar de tenerlos presentes en mis antologías.
—¿Qué se necesita para que la literatura y la lectura generen espacios de intercambio que apuesten por el futuro?
—Los escritores están llamados a ser responsables del espacio que ocupan a través del lenguaje, de las editoriales, las revistas, el diálogo. Deben estar presentes en el uso de la palabra en pos de una mejor calidad del habla nacional y de la comunicación.
«Nos corresponde hacer que los escritores no sean solamente seres exquisitos o bohemios, sino sujetos capaces de ejercer como agentes culturales».

                                                                         *Entrevista extraída de juventudrebelde.cu

Julio Ortega



Uno de los escritores y críticos más destacados de la literatura peruana contemporánea. Nació en Casma y vivió en Chimbote desde su niñez, realizando en el puerto sus estudios primarios y secundarios, estos últimos los hizo en el Colegio Nacional "San Pedro", pertenece a la promoción de 1959.

En 1963 y 1964 ganó los Juegos Florales de la Facultad de Letras de la Universidad Católica en las áreas de cuento y poesía. En 1981 gana el consagratorio Premio COPE de cuento con su relato "Avenida Oeste".

Su producción intelectual es inmensa y variada, muy brevemente diremos que en poesía a publicado "Las viñas de Moro", "Tiempo en dos", "De este reino", "Rituales", etc.

En 1968 sorprendió a críticos literarios y lectores publicando su "Imagen de la literatura peruana actual".

En ensayo y crítica ha dedicado enjundiosos estudios a José María Eguren, Ventura García Calderón, José María Arguedas, Carlos Fuentes y a otros escritores, además de importantes antologías de Chocano, Vallejo, Valdelomar, etc.

Colabora con un sinnúmero de revistas nacionales y extranjeras. Actualmente ejerce la docencia en la Universidad de Brown de Los Estados Unidos de Norteamérica.

Memoria de polvo y luz

Se abre el sol: un día de junio. Baja el tiempo
en el filudo brillo de sus aguas que ceden,
un día de junio. Un tiempo de junio,
Chimbote abre sus manos,
un golpe de dados:
casas que emergen en manchas blancas y
                                      verdosas,
  hojas que lima el viento.
Temprano avanza el polvo, temprano mugía,
avivando sus brasas, sus hierbas,
  un tiempo de junio
en el ancho abrazo del sol, charcas humeando
en los grupos, pescadores arracimados,
el viento los remueve en polvoroso temblor,
voces del mar,
en las esquinas llamea secamente el día.

Temprano abrí la puerta. "La huelga estalla".
Se abrieron las calles como limpia baraja.
  Grupos abultando el polvo,
se cierra el puerto en sus rostros acechantes,
un día de junio cae el árbol. "La huelga nos
                                    consume".
Escuché el gemido, del viento atrapado
por rápidas voces, y el péndulo que descorrre
golpes y pausas sobre la carne.
  En el puente Gálvez-gira el viento-
pescadores y policías, fibra a fibra se retienen.
En el puente Gálvez, en el alto reducto del polvo,
vi el mar verde limón, las suaves islas pardas
meciéndose en el agua. Vi palabras como plumas 
balanceándose, y el peso del sol,
el áspero peso de la luz de estos rostros.

  Grupos apiñados en la cancha avenida,
las negras cabelleras oscilan en las voces,
saltan y giran, la tierra espejea,
cuerpos apiñados, negras cabelleras,
y las altas manos luchando sobre el agua oscura
  un día de junio.
Oscilan sus rostros en el vaho de la luz,
son aquí el hombre que he visto en su entraña:
avanzan, sobre el puente, arriba.
Cerrando el puente, la policía, cerrándolo,
adentro de sus armas ¿quién habita?
Los verdes uniformes y sus metralletas,
talando el sol, verde máscara,
  en Chimbote, sobre el mar,
un día de junio.
Ah, muchachos de mi pueblo he mirado un rostro 
y su sedosa sangre, su pequeño mar vertiéndose,
su saliva y sus manos, vacías, todo un río trunco,
  un día de junio.
Avanzaban. Hacia el puente. Arriba.
Entre dos orillas, ceñidos por afilada luz,
avanzaban. Hacia el puente. Arriba.
Sus gritos en mi cabeza como brilloso aceite,
en mi lámpara sus gritos, voces henchidas en el
                                       vaho,
  una especie de rosada pasta,
sus voces, y el arenoso lecho en mis manos
  un día de junio.
Oh muchachos de mi pueblo, un cuerpo ha
                                       entrado 
a mis costillas, el golpe de un rostro sobre
el polvo,
y la tierra que cede suavemente
             al sudor que la enjoya:
  corrió en mis venas, abrió sus manos,
           y en el polvo incendiado 
proseguía mi carne, en el revuelto polvo
         respiraba dos tiempos,
         un día de junio.
Cuatro veces esta rojiza nube cayó abatida:
  sedimentada su luz
en cuatro rostros, vientres, nucas,
en charcos de sangre se apagaba la espesa 
                                       mancha
  de sus voces.
  Se hace la noche en el agua.
Una rama de botes mece la fría oscuridad.
Viene bajo el murmullo de mar adentro 
  y con leve peso suma
  la última ola.
Ví entonces el denso eco del viento, entre las
                                        casas
manchando los espejos con aliento tibio,
cernía a las mujeres en su ácido amarillo,
  en el fuego de los hogares demorábase 
dejando su suave polen.

  Toda la noche fueron velados:
ni héroes ni dioses, en el sencillo reciento,
rodeados por el lento batir de la sangre
  y el dulce respirar,+
en sus negros hogares no sentirían frío,
 ni héroes ni dioses,
cuatro pescadores muertos, se apagaban
como sombra de árboles en un río temeroso.
  Y no sentían frío.
Y a la mañana viajaban todavía en el temblor del 
                                      agua,
en brazos de jóvenes morenos, flotaban
en la pálida muchedumbre, frente a casas
                                       abiertas,
en el poder del silencio hendían un preñado río,
sobre el polvo teñido de fuego
  viajaban.
         Oh espero corazón,
¿qué silencio derrama para ti la lenta
                                      muchedumbre? 
Oh pueblo de mis huesos, golpe de dados 
                                      blanquecinos,
casas lavadas por el limo del viento,
aquí tus cuerpos morenos se ciernen suavemente 
  como cerrada mancha de vino:
camina la muerte que se entrega a la vida,
las dos orillas del agua desaparecen en un
                                       solo filo.
Este mi cuerpo llenó mi carne de espumoso eco,
  en el derramado sol,
un día de junio.

Fuente: Guzmán Aranda, Jaime. ¡Poetas, los de mi tierra! Ríos Santa Editores. Chimbote, 2005.

sábado, 18 de agosto de 2012

John López



(Chimbote, 1983). Egresado en Derecho por la UNASAM. Ha publicado el poemario Inicio del Mundo (2006). Es organizador del Festival Internacional de Poesía Cielo Abierto. Coordinador del Colectivo Cultural Cielo Abierto. Ha sido incluido en la selección de Poesía Prima Fermata Literaria de la UNMSM (2006).

Explicación para Teo

 mi abuelo es la explicación
de volver a la voz del orden
porque despierta en los rincones
de un zapato disfuncional,
porque la humedad de su cuerpo
            era la huella suave
            de la sonrisa que respira
                        sobre el placer natural.

mi abuelo es el unicornio azul
que dio sentido
a las flores de mi madre,
sentimiento en virtud
que respira lo anterior
a los tiempos enfermos,

Teo es arte en su edad
                 porque agoniza en mi voz
cada vez que lo enumero,
                 porque bailando un fox-trot
es un sismógrafo sin fronteras,
                 porque el miedo proclamado
en su antiguo dolor
era una herida creciente
que mordió la eternidad
cuando nadie lo anunció,
                 porque era silencioso
la armonía
de cabellos blancos,
                  porque la flor de los abismos
eran ilusos a partir del sol.
¡abuelo, te molesta la flor?

Fuente: Millenium. Revista de literatura Nº 1. 2012

sábado, 11 de agosto de 2012

La última morada del silencio o la ausencia alfabética


César Sánchez Lucero

La última morada del silencio (LUMDL) de Pablo Moreno es un artefacto poético que rejuvenece las palabras y desentraña su íntimo significado. Luego de leído este libro, las palabras volverán a ser vasculares; pronunciar lluvia nos emparará y decir sol nos tostará hasta la sombra. LUMDL debe leerse con el cinturón de seguridad abrochado al alma. Quien ha vivido y no la guerra interna perpetrada desde ambos bandos terroristas (el que atentó contra el Estado y el que atentó desde el Estado) se verá identificado con la soledad polvorienta y la ignominia salvaje, pero también con la esperanza que calienta en el fogón y las caricias vespertinas de mamá. Sin embargo, este temor inconsolable (“Ya es tarde, el grito de tu madre no es suficiente”), se puede interpolar a la urbe sin esfuerzo cuando este nuevo terrorismo callejero, esta racha demencial de muerte, nos atrapa camino al trabajo, como a Luis Sánchez Colona, Lucho, quien murió abatido como un héroe sin, aún, certera razón. Su cuerpo, hecho de carne y sueños, yacía temprano por la mañana en la acera (“La muerte ha decidido tu destino, ya no verás los campos florecer”).

El siglo pasado, el filósofo alemán Theodor Adorno, sentenció que escribir poesía después de Auchwitz era un acto de barbarie: ¿qué imagen pues podría representar lo irrepresentable? No obstante DidiHuberman reflexiona sobre las posibilidades de la imagen en relación con nuestro pasado, retomando el término de “redención a través de la imagen” para pensar en una ética de las imágenes después de Auschwitz. Es por eso que la poesía, contra toda prohibición y pronóstico de Adorno, es justa y necesaria para imaginar lo inimaginable, pues como Huberman nos recuerda, “la noción de imagen – tanto en su historia como en su antropología– se confunde precisamente con la tentativa incesante de mostrar lo que no puede ser visto”. El olvido de casi 70 mil compatriotas muertos y miles de desaparecidos nos confirman la postura de Huberman; esta necesidad por decir lo indecible, esta resignificación simbólica urgente a través de la memoria del horror.

Pablo Moreno no deja pasar poema, en este libro organizado alfabéticamente (cada letra pertenece a los nombres de los miles de muertos y desaparecidos que dejó la guerra interna), sin mencionar una keyword (palabra clave) para contextualizar geográficamente el texto: máchica, taita, chullo, etcétera; pero no seamos ingenuos, Pablo usa estas palabras como si fueran cero kilómetros, como si por primera vez usadas sobre la tierra, como recién salidas de la fragua del dolor; balbucea para escribirlas, porque sospecha lo que se esconde detrás de ellas: el Perú.

Fuente:  Millenium. Revista de literatura Nº 1. 2012

Vallejo en Lima


César Vallejo en la calle Quilca, once de la noche, Bar Queirolo, rodeado de amigos, poetas, curiosos  que escuchan extasiados sus experiencias:

«París, Ciudad luz, fuente, vida, inspiración, me abrió los brazos, cuando a mí me lo negaron. Mi amor de ensueño: Georgette  Philippart, curó mi alma y mis heridas del recuerdo peruano…»

Domingo de Ramos, le invita una Pilsen. Con sus ojos hechizados y su sonrisa de Rey León, dibuja una alegría, jamás vista en él.

Miguel Ildefonso, evoca versos de  Piedra negra sobre una Piedra Blanca:

«Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París –y no me corro– tal vez un jueves, como es hoy, de otoño…»

Denis Castañeda, el más romántico y mujeriego del grupo, le recuerda:
« ¿Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí…»

Rodolfo   Pacheco, iluso y no finito le susurra:
«Verano,  ya me  voy  y me dan pena las  manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo…»

Vallejo emocionado, llora algunas lágrimas brillantes como la luna del norte peruano, los abraza, sale a la calle Quilca, mira el cielo nublado, los bohemios, los punks, el Averno, las chicas malas, los músicos, los políticos y exclama:

«Y  desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso…  Hay, hermanos, muchísimo que hacer…»

Luego una luz llega del cielo, lo envuelve y se lo lleva en silencio, sin testigos, sin más sufrimientos.

Fuente: Velásquez, Eva. La flor de la gata. Juan Gutemberg-Editores Impresores. Lima, 2010