sábado, 11 de agosto de 2012

Vallejo en Lima


César Vallejo en la calle Quilca, once de la noche, Bar Queirolo, rodeado de amigos, poetas, curiosos  que escuchan extasiados sus experiencias:

«París, Ciudad luz, fuente, vida, inspiración, me abrió los brazos, cuando a mí me lo negaron. Mi amor de ensueño: Georgette  Philippart, curó mi alma y mis heridas del recuerdo peruano…»

Domingo de Ramos, le invita una Pilsen. Con sus ojos hechizados y su sonrisa de Rey León, dibuja una alegría, jamás vista en él.

Miguel Ildefonso, evoca versos de  Piedra negra sobre una Piedra Blanca:

«Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París –y no me corro– tal vez un jueves, como es hoy, de otoño…»

Denis Castañeda, el más romántico y mujeriego del grupo, le recuerda:
« ¿Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí…»

Rodolfo   Pacheco, iluso y no finito le susurra:
«Verano,  ya me  voy  y me dan pena las  manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo…»

Vallejo emocionado, llora algunas lágrimas brillantes como la luna del norte peruano, los abraza, sale a la calle Quilca, mira el cielo nublado, los bohemios, los punks, el Averno, las chicas malas, los músicos, los políticos y exclama:

«Y  desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso…  Hay, hermanos, muchísimo que hacer…»

Luego una luz llega del cielo, lo envuelve y se lo lleva en silencio, sin testigos, sin más sufrimientos.

Fuente: Velásquez, Eva. La flor de la gata. Juan Gutemberg-Editores Impresores. Lima, 2010

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