domingo, 26 de agosto de 2012

Julio Ortega



Uno de los escritores y críticos más destacados de la literatura peruana contemporánea. Nació en Casma y vivió en Chimbote desde su niñez, realizando en el puerto sus estudios primarios y secundarios, estos últimos los hizo en el Colegio Nacional "San Pedro", pertenece a la promoción de 1959.

En 1963 y 1964 ganó los Juegos Florales de la Facultad de Letras de la Universidad Católica en las áreas de cuento y poesía. En 1981 gana el consagratorio Premio COPE de cuento con su relato "Avenida Oeste".

Su producción intelectual es inmensa y variada, muy brevemente diremos que en poesía a publicado "Las viñas de Moro", "Tiempo en dos", "De este reino", "Rituales", etc.

En 1968 sorprendió a críticos literarios y lectores publicando su "Imagen de la literatura peruana actual".

En ensayo y crítica ha dedicado enjundiosos estudios a José María Eguren, Ventura García Calderón, José María Arguedas, Carlos Fuentes y a otros escritores, además de importantes antologías de Chocano, Vallejo, Valdelomar, etc.

Colabora con un sinnúmero de revistas nacionales y extranjeras. Actualmente ejerce la docencia en la Universidad de Brown de Los Estados Unidos de Norteamérica.

Memoria de polvo y luz

Se abre el sol: un día de junio. Baja el tiempo
en el filudo brillo de sus aguas que ceden,
un día de junio. Un tiempo de junio,
Chimbote abre sus manos,
un golpe de dados:
casas que emergen en manchas blancas y
                                      verdosas,
  hojas que lima el viento.
Temprano avanza el polvo, temprano mugía,
avivando sus brasas, sus hierbas,
  un tiempo de junio
en el ancho abrazo del sol, charcas humeando
en los grupos, pescadores arracimados,
el viento los remueve en polvoroso temblor,
voces del mar,
en las esquinas llamea secamente el día.

Temprano abrí la puerta. "La huelga estalla".
Se abrieron las calles como limpia baraja.
  Grupos abultando el polvo,
se cierra el puerto en sus rostros acechantes,
un día de junio cae el árbol. "La huelga nos
                                    consume".
Escuché el gemido, del viento atrapado
por rápidas voces, y el péndulo que descorrre
golpes y pausas sobre la carne.
  En el puente Gálvez-gira el viento-
pescadores y policías, fibra a fibra se retienen.
En el puente Gálvez, en el alto reducto del polvo,
vi el mar verde limón, las suaves islas pardas
meciéndose en el agua. Vi palabras como plumas 
balanceándose, y el peso del sol,
el áspero peso de la luz de estos rostros.

  Grupos apiñados en la cancha avenida,
las negras cabelleras oscilan en las voces,
saltan y giran, la tierra espejea,
cuerpos apiñados, negras cabelleras,
y las altas manos luchando sobre el agua oscura
  un día de junio.
Oscilan sus rostros en el vaho de la luz,
son aquí el hombre que he visto en su entraña:
avanzan, sobre el puente, arriba.
Cerrando el puente, la policía, cerrándolo,
adentro de sus armas ¿quién habita?
Los verdes uniformes y sus metralletas,
talando el sol, verde máscara,
  en Chimbote, sobre el mar,
un día de junio.
Ah, muchachos de mi pueblo he mirado un rostro 
y su sedosa sangre, su pequeño mar vertiéndose,
su saliva y sus manos, vacías, todo un río trunco,
  un día de junio.
Avanzaban. Hacia el puente. Arriba.
Entre dos orillas, ceñidos por afilada luz,
avanzaban. Hacia el puente. Arriba.
Sus gritos en mi cabeza como brilloso aceite,
en mi lámpara sus gritos, voces henchidas en el
                                       vaho,
  una especie de rosada pasta,
sus voces, y el arenoso lecho en mis manos
  un día de junio.
Oh muchachos de mi pueblo, un cuerpo ha
                                       entrado 
a mis costillas, el golpe de un rostro sobre
el polvo,
y la tierra que cede suavemente
             al sudor que la enjoya:
  corrió en mis venas, abrió sus manos,
           y en el polvo incendiado 
proseguía mi carne, en el revuelto polvo
         respiraba dos tiempos,
         un día de junio.
Cuatro veces esta rojiza nube cayó abatida:
  sedimentada su luz
en cuatro rostros, vientres, nucas,
en charcos de sangre se apagaba la espesa 
                                       mancha
  de sus voces.
  Se hace la noche en el agua.
Una rama de botes mece la fría oscuridad.
Viene bajo el murmullo de mar adentro 
  y con leve peso suma
  la última ola.
Ví entonces el denso eco del viento, entre las
                                        casas
manchando los espejos con aliento tibio,
cernía a las mujeres en su ácido amarillo,
  en el fuego de los hogares demorábase 
dejando su suave polen.

  Toda la noche fueron velados:
ni héroes ni dioses, en el sencillo reciento,
rodeados por el lento batir de la sangre
  y el dulce respirar,+
en sus negros hogares no sentirían frío,
 ni héroes ni dioses,
cuatro pescadores muertos, se apagaban
como sombra de árboles en un río temeroso.
  Y no sentían frío.
Y a la mañana viajaban todavía en el temblor del 
                                      agua,
en brazos de jóvenes morenos, flotaban
en la pálida muchedumbre, frente a casas
                                       abiertas,
en el poder del silencio hendían un preñado río,
sobre el polvo teñido de fuego
  viajaban.
         Oh espero corazón,
¿qué silencio derrama para ti la lenta
                                      muchedumbre? 
Oh pueblo de mis huesos, golpe de dados 
                                      blanquecinos,
casas lavadas por el limo del viento,
aquí tus cuerpos morenos se ciernen suavemente 
  como cerrada mancha de vino:
camina la muerte que se entrega a la vida,
las dos orillas del agua desaparecen en un
                                       solo filo.
Este mi cuerpo llenó mi carne de espumoso eco,
  en el derramado sol,
un día de junio.

Fuente: Guzmán Aranda, Jaime. ¡Poetas, los de mi tierra! Ríos Santa Editores. Chimbote, 2005.

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