Humedad y sombras
1
Te espero, mujer, como a la noche; espero lo que no sé
rehusar y me detengo a detallar lo que la noche y yo conocemos de ti.
Sirve de almohada el brazo en dos que respira como animal
adormecido, sirve de sábanas la sombra enorme que lucha en la ventana por no
ser pobre ceniza. Sirve de piel el aire que atrapo para ti, mujer, que rasgará
tu olor aún ileso.
Fumo de pie, sin mirar la nube infectada que la noche está
desechándonos. Paladeo en un baile la imagen de tus ojos, raspo mis rodillas en
toda la habitación, dibujo tus muecas genitales, esparzo mi saliva con la
memoria de tus vellos.
La noche es la hija de los minutos abiertos y desesperados.
2
Digo, a la sombra entera, que estás hecha del coágulo del
cielo a la hora de su olor letal a noche. Digo que cabalgo en un grito a tu
llegada humeante, a tu sahumerio, a tu danza paciente de mujer oscura sin
sonrisa neta.
Como salida del mar, eres espuma, alga divina y húmeda. La
noche sabe bien de ti y me revela tus meneos mojados para amar.
La noche es una ciudad sin forma, una exclamación que
renuncia a tus caricias y me da la espalda, me oye gimiendo desde fuera, desde
donde ya no logro leer sus ojos que solían versarte, mujer.
Pero yo no renuncio, pues tú eres la araña con sentido que
me teje un suéter de respuestas, luna de fibras que la noche no me brinda,
lucero para mi piel sin razones.
Has llegado y pronunciado una palabra sabor a lengua que se
traduce a nivel de tus pliegues, cuando la noche se retuerce lejana en su poder
y nosotros la ignoramos, mujer.
3
No escuchamos el descanso, la contemplación pasiva de los
cuerpos. Negamos el juego bruto y reducido que nos quiere hacer caer como en
hielo, como espíritus vencidos en rincones.
¿Para qué la paz si nosotros somos universo y noche
alborozada? De lejos nos aplauden acordes de penumbra como tributo, como
lucecillas encendidas en nombre del deseo.
No nos hemos detenido en espacios, entre hojas o fatiga con
que nos tiente la noche. Nosotros somos horizonte, firmamento estallando en
sombras.
No nos han de molestar más los flojos susurros del
detenimiento, ni el canto inútil que los hombres le aprendieron a la noche.
Perpetuidad, grito, grito. Prolongación de dos seres que se yerguen desde una
habitación con ventanas suficientes.
Llamado del mundo a tus cabellos, a mis gestos proyectados
en el cielo, a tu sangre de hembra desangrándose en el acantilado negro que
parte de mis márgenes. Felicidad, jamás detengas esta confabulación lograda con
tanto trajín, este barullo sin luna ni estrellas.
Te esperé, mujer, para que nos señalen siempre como fundidas
islas nocturnas.
Fuente: Ayllón Ricardo. A la sombra de todos los espejos. Arteidea. Lima, 2001
Fuente: Ayllón Ricardo. A la sombra de todos los espejos. Arteidea. Lima, 2001
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