lunes, 4 de junio de 2012

Ricardo Ayllón

Nació en Chimbote en 1969. Estudió Derecho y Ciencia Política en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima. Poeta, narrador y editor del sello “Ornitorrinco”. Ha publicado los poemarios Almacén de invierno (1996), Des/Nudos (1998), A la sombra de todos los espejos (2003) y Un poco de aire en una boca impura (2008). También ha publicado los conjuntos de relatos Monólogos para Leonardo (2001), Baladas del ornitorrinco (2005) e Imberbes (2005).


Humedad y sombras

1

Te espero, mujer, como a la noche; espero lo que no sé rehusar y me detengo a detallar lo que la noche y yo conocemos de ti.

Sirve de almohada el brazo en dos que respira como animal adormecido, sirve de sábanas la sombra enorme que lucha en la ventana por no ser pobre ceniza. Sirve de piel el aire que atrapo para ti, mujer, que rasgará tu olor aún ileso.

Fumo de pie, sin mirar la nube infectada que la noche está desechándonos. Paladeo en un baile la imagen de tus ojos, raspo mis rodillas en toda la habitación, dibujo tus muecas genitales, esparzo mi saliva con la memoria de tus vellos.

La noche es la hija de los minutos abiertos y desesperados.

2

Digo, a la sombra entera, que estás hecha del coágulo del cielo a la hora de su olor letal a noche. Digo que cabalgo en un grito a tu llegada humeante, a tu sahumerio, a tu danza paciente de mujer oscura sin sonrisa neta.

Como salida del mar, eres espuma, alga divina y húmeda. La noche sabe bien de ti y me revela tus meneos mojados para amar.

La noche es una ciudad sin forma, una exclamación que renuncia a tus caricias y me da la espalda, me oye gimiendo desde fuera, desde donde ya no logro leer sus ojos que solían versarte, mujer.
Pero yo no renuncio, pues tú eres la araña con sentido que me teje un suéter de respuestas, luna de fibras que la noche no me brinda, lucero para mi piel sin razones.

Has llegado y pronunciado una palabra sabor a lengua que se traduce a nivel de tus pliegues, cuando la noche se retuerce lejana en su poder y nosotros la ignoramos, mujer.

3

No escuchamos el descanso, la contemplación pasiva de los cuerpos. Negamos el juego bruto y reducido que nos quiere hacer caer como en hielo, como espíritus vencidos en rincones.

¿Para qué la paz si nosotros somos universo y noche alborozada? De lejos nos aplauden acordes de penumbra como tributo, como lucecillas encendidas en nombre del deseo.

No nos hemos detenido en espacios, entre hojas o fatiga con que nos tiente la noche. Nosotros somos horizonte, firmamento estallando en sombras.

No nos han de molestar más los flojos susurros del detenimiento, ni el canto inútil que los hombres le aprendieron a la noche. Perpetuidad, grito, grito. Prolongación de dos seres que se yerguen desde una habitación con ventanas suficientes.

Llamado del mundo a tus cabellos, a mis gestos proyectados en el cielo, a tu sangre de hembra desangrándose en el acantilado negro que parte de mis márgenes. Felicidad, jamás detengas esta confabulación lograda con tanto trajín, este barullo sin luna ni estrellas.

Te esperé, mujer, para que nos señalen siempre como fundidas islas nocturnas.


Fuente: Ayllón Ricardo. A la sombra de todos los espejos. Arteidea. Lima, 2001

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